La semana pasada entró un alumno veinteañero a la academia.

Acaba de empezar de prácticas en un banco – de los que se reconvirtieron tras la privatización de las cajas de ahorro – y siempre le ha gustado la bolsa. Como en la carrera ni siquiera se aprende a comprar una acción, se ha animado.

Le estuve comentando los escándalos que vivió la entidad a la que pertenece y me miraba como si le hablara en chino. No sabía a qué me refería.

Qué rápido pasa el tiempo y qué frágil es la memoria.

Hace no tanto, en la década de los 2.000, la mitad de las oficinas bancarias eran Cajas de Ahorros. Y hoy los chavales recién salidos de la Universidad ni han oído hablar de ellas.

Y parece que tampoco les han contado lo que ocurrió.

Me parece de recibo recordar esta figura que tan protagonista fue en la transición española, así que voy a dedicarle un par de artículos.

Hablaré de sus modestos orígenes, su grandiosa época de auge – ¿quién no tuvo cuenta abierta? – los motivos por los que su trayectoria se empezó a torcer, la asquerosa decadencia que todos vimos en directo y la quiebra final.

¿Me acompañas en este viaje a un pasado reciente?

Un repaso a la historia de las Cajas de Ahorros

No pienses que las Cajas de Ahorros siempre fueron las entidades monstruosas en que terminaron convirtiéndose.

Ni que tenían a los políticos chupando del bote con decenas de enchufados sin estudios, que fue en lo que degeneraron.

Qué va.

La caja era el banco de los humildes. De agricultores, campesinos y artesanos.

Hace 300 años había bancos, sí, pero no funcionaban como ahora.

En el siglo 17 y 18 sólo hacían negocio con grandes empresas y con la nobleza. Ni se acercaban a las rentas bajas y medias, que suficiente tenían con sobrevivir en una era prácticamente feudal y con una esperanza de vida de 40 años.

Nada que ver con el bienestar del que disfrutamos hoy en día.

Algunas entidades privadas, como la Iglesia católica, crearon unas fundaciones muy parecidas a los bancos. Así nuestros antepasados podían guardar sus ahorros en un lugar seguro.

Eran entidades sin ánimo de lucro. Su función era ayudar a los pobres, no aprovecharse de ellos.

Es lo que después se conoció como la «Obra Social». Con los beneficios se financiaban carreteras, escuelas, teatros, clubs deportivos…

Todos lo hemos visto de cerca. Y a todos, de alguna u otra manera, nos han ayudado.

La primera caja de ahorros nace en 1.834 en Jerez de la Frontera. Hace ya casi 200 años.

La idea inicial de las cajas era cojonuda muy buena. Se encargaban de guardar el dinero de la clase media y baja para que no corriera peligro.

Otro punto positivo es que sólo podían actuar en su territorio. Caja Asturias no operaba en Andalucía, por ponerte un ejemplo.

Eran las cajas fuertes en una determinada zona.

En lugar de tenerlo en casa debajo del colchón, donde un robo te arruina la vida, y dado que los bancos todavía no recibían a todos por igual, lo metían en las cajas de ahorros.

Para garantizar el futuro y salvaguardar los intereses de sus partícipes tenían muchas restricciones:

  • No se les permitía entrar en mercados internacionales
  • No podían trabajar más allá de su territorio
  • No podían entrar en proyectos de alto riesgo
  • No podían comprar acciones de bolsa

Su función era sencilla: alejar el dinero del peligro.

Una especie de búnker financiero a prueba de bombas.

Esta naturaleza defensiva les permitió superar crisis graves, como la del petróleo en los años 70.

El 90% de bancos en España sufrió graves problemas por las tensiones internacionales, mientras que las cajas salieron indemnes.

Como no podían tocar nada de fuera, nada de fuera les afectaba.

Un negocio aburrido, pero muy efectivo.

Pero esta época de gloria tenía los días contados.

En la década ochentera los políticos meten mano a las cajas de ahorros.

Fue el principio del fin.

El primero al que fastidió la quiebra de las cajas fue a mi. Dolía ver cómo habían prostituido estas entidades para enriquecer a los cuatro privilegiados de arriba.

Y cómo su función original, servir a los humildes, había quedado en el olvido.

Mira, si no llega a ser por Caja Cantabria, mis abuelos no hubieran podido comprar la casa donde nació mi padre y donde criaron a sus tres hijos.

Eran una familia de pueblo sin muchos ingresos. El Banco Santander no quería saber nada de ellos.

Fue la Caja quien les concedió la hipoteca. Gracias a aquel gesto pudieron prosperar.

 

Al igual que mis abuelos, muchos otros currantes sólo utilizaban las cajas de ahorro.

Eran una opción tan válida como los bancos, hasta que sucede un evento clave en la historia que cambiará su devenir.

Muere Francisco Franco y España se encamina hacia la democracia. Comienza la transición.

Las cajas de ahorro eran uno de los pilares económicos, así que el gobierno decide intervenirlas.

Es lo que llamaron «democratizar» las cajas de ahorros.

Que dicho así, suena muy bien. Pero en la práctica consistía en redactar leyes para quitar el control a sus fundadores.

Los consejos de administración, donde se tomaban las decisiones, quedaron repartidos de esta manera:

  • 70% partidos políticos y sindicatos
  • 20% clientes
  • 10% dueños

Los dueños de estas entidades de lucro que tanto bien hacían a la sociedad vieron cómo su magnífica obra era expropiada por el Estado.

Un plan sin fisuras. ¿Qué podía salir mal?

El caso de Caja Madrid fue premonitorio de lo que vendría después

Era la gran caja del país. Movía más volumen que muchos bancos.

La dirigía Jaime Terceiro, un hombre súper preparado: economista, catedrático de la universidad y ex-director general del banco hipotecario de España.

Pocos le superaban para el puesto.

Bien, pues en cuanto pudieron se lo ventilaron.

PP, Izquierda Unida y Comisiones Obreras votaron para echarle y poner en su lugar a Miguel Blesa, un inspector de Hacienda afin al PP (quien terminó suicidándose en 2017 con un disparo de su propia escopeta).

Echaron al competente para poner en la cúpula al amiguito. Así podían hacer y deshacer sin que nadie hiciera preguntas.

Entonces los consejos de administración se llenaron de políticos regionales con sus correspondientes enchufismos.

Hasta Pedro Sánchez, el presidente de España, estuvo en el Consejo de Administración de Caja Madrid entre 2004 y 2009 (aunque él prefiere ocultar esta información, por si las moscas).

Pasaron a convertirse en agencias de colocación con sueldos astronómicos.

Eran un chollo. Todos querían pillar chacho.

Aquello se convirtió en una locura sin límites

¿Recuerdas que antes te he dicho que el 20% de los cargos directivos los ocupaban clientes?

Fíjate qué soberana estupidez: hasta les llegaron a meter mediante sorteos.

¿Te imaginas entrar en el Consejo de Administración de Inditex porque te tocó en un ticket regalo? Y sentarte junto a directivos curtidos en mil batallas. Aunque seas profesor de pádel.

Y lo peor no fue eso.

Lo peor fue que ya no tenían restricciones. Trabajaban exactamente igual que el resto de bancos.

Se metían en promociones inmobiliarias, participaban en proyectos extranjeros, comerciaban con divisas de otros países..

Asumían más riesgos para conseguir beneficios extraordinarios. Así podían seguir extrayendo dinero de la caja y repartirlo entre una cúpula donde todos eran amiguetes.

Era una carrera a contrarreloj por ver quién se llenaba más el bolsillo.

La radical transformación en tan pocos años de la que muy pocos se acuerdan

Habíamos pasado de un modelo en el que los artesanos, campesinos y agricultores depositaban sus ahorros en una entidad súper defensiva sin exposición a los eventos internacionales..

A comportarse igual que los bancos, incluso tomando más riesgos para buscar más beneficio.

 

De un modelo local, donde no podían salir de su territorio y donde todos confiaban en el director de la oficina por haberle visto crecer desde que era un niño en la escuela del pueblo..

a encontrar sucursales en cada esquina llenos de trabajadores traídos de fuera.

En Santander, por ejemplo, ya no había sólo Caja Cantabria. Teníamos Caja Madrid, Caja del Mediterráneo, Caja Rural, Caja Duero, Caixa Galicia..

Fue un fenómeno sin precedentes.

 

De ayudar a la gente humilde, construyendo una Obra Social magnífica en una entidad que no estaba diseñada para ganar dinero, donde los directivos tenían una retribución justa..

A estar al servicio de políticos regionales y enchufados. Donde se compraban favores financiando las campañas electorales.

Donde pagaron fiestas con prostitutas y drogas a cargo de las cajas.

Y donde, por si no lo recuerdas, hasta llegaron a tener las tarjetas black: unas tarjetas de gasto sin límite donde no tenían que justificar nada.

¡Llegaron a gastar 15 millones de euros tirando de tarjeta!

En el juicio posterior se desvelaron las compras y algunas eran realmente curiosas: joyas, ropa, tickets del casino… hasta billetes de metro.

¿Sabes cuál fue la mayor partida? Retirada de efectivo.

Una absoluta vergüenza que consejeros con sueldos millonarios se dedicaran a estar sacando dinero del cajero a paladas.

El estallido de las Cajas es paralelo a la explosión de la burbuja inmobiliaria

Con estos mimbres el desastre sólo era cuestión de tiempo. Ya no había garantía alguna de seguridad ni de solidez.

  • Por un lado la entidad seguía entrando en proyectos cada vez más peligrosos.

De algún sitio había que sacar los ingresos para sufragar el caro estilo de vida de los de arriba. Y cada vez tenían más caprichos que costear.

  • Por otro lado los gastos estaban descontrolados. Infinidad de chupópteros se arrimaban a la Caja.

La caja se había convertido en una especie de Rey Midas: quien estaba cerca se convertía de oro.

Y lo que es peor: nadie controlaba nada. No existía ningún supervisor.

Había vía libre para pisar el acelerador hasta los 200 por hora sin que la policía te detuviese.

 

Los responsables de llegar a este camino de no retorno pronto se estamparían con la cruda realidad.

Llegó un punto en el que el negocio bancario daba para lo que daba. Era imposible obtener más rentabilidad.

Tenían que entrar en nuevos sectores para ganar más dinero.

Y, amigo, ¿cuál fue el negocio más rentable en la década de los 2.000?

Efectivamente: el ladrillo.

Las cajas comenzaron a financiar promociones inmobiliarias, justo en el mismo momento en que los bancos privados estaban deshaciendo sus posiciones en viviendas.

Habían acumulado demasiada exposición y sus departamentos de riesgos habían dicho basta.

Las Cajas, donde el riesgo lo podía establecer un mono tirando dardos a una diana, adquirieron lo que los bancos se estaban quitando de las manos.

En su gran mayoría hipotecas basura: casas compradas a 40 años concedidas a familias con baja cualificación y con unos sueldos muy alejados de la realidad.

Todo esto funcionaba mientras el precio de la vivienda seguía escalando. Pero era imposible que continuara subiendo durante mucho más tiempo.

 

En apenas un par de años la fiesta llegó a su fin:

  1. En abril de 2007 el precio de la vivienda alcanzó su máximo precio jamás registrado.
  2. En septiembre de 2008 Zapatero dijo en aquella infame rueda de prensa en Nueva York que «España tenía el sistema financiero más sólido del mundo»
  3. En junio 2009, con el 90% de las cajas quebradas, nace el FROB (Fondo de Reestructuración Bancaria Ordenada). Su misión era liquidar estos chiringuitos y abrir el paso a una nueva era.

El desastre se hizo realidad.

¿Quién pagó la factura de la fiesta cuando dejó de sonar la música?

Antes de declarar la quiebra los responsables intentaron esconder la mierda debajo de la alfombra y pegar una patada hacia delante.

Pero para ello necesitaban que alguien asumiera las pérdidas que ellos mismos habían generado.

Primero intentaron que lo pagaran sus propios clientes vendiéndoles un producto estafa: las preferentes. Del que te hablé en este post.

Después intentaron que sus accionistas lo pagaran colándoles nuevas acciones de empresas quebradas.

Como los inversores profesionales no querían saber nada de las Cajas, se dedicaron a vender acciones a diestro y siniestro.

El caso de Bankia fue el más sonado.

Y por último, fuimos todos los contribuyentes quienes asumimos la cuenta final.

No quienes habían creado un monstruo imposible de parar. Ni quienes se habían aprovechado de él. No.

Cuando ya no había nadie a quien cargarle el muerto los ciudadanos de a pie tuvimos que arrimar el hombro.

70.000 millones de dinero público que se fueron derechitos al cubo de la basura.

 

Ojo, que todos perdemos dinero de vez en cuando. Ganar siempre es imposible.

Pero jamás llegaremos a un punto donde no haya marcha atrás. Habremos puesto las medidas necesarias para, en caso de llegar al peor escenario, que nos importe un pimiento.

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Ahora me gustaría saber qué relación has tenido con las cajas de ahorros:

¿Tuviste cuenta abierta en alguna caja?

¿Acudiste a algún evento organizado por las cajas?

¿Te financiaron la hipoteca de tu casa o la de tus padres?

Me encantaría leer tus historias :).

Un fuerte abrazo.

Enrique Mazón

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