La semana pasada entró un alumno veinteañero a la academia. Acaba de empezar de prácticas en un banco – de los que se reconvirtieron tras la privatización de las cajas de ahorro – y siempre le ha gustado la bolsa. Como en la carrera ni siquiera se aprende a comprar una acción, se ha animado.

Le estuve comentando los escándalos que tuvo la entidad donde está de becario en aquella época tenebrosa, cuando el rescate lo pagamos los contribuyentes, y me miraba como si le hablara en chino. No sabía a qué me estaba refiriendo.

Qué rápido pasa el tiempo y qué frágil es la memoria.

 

Mira, hace no tanto, en la década de los 2.000, había casi tantas oficinas bancarias como bares, eran el segundo negocio nacional. Y la mitad de ellas eran Cajas de Ahorros.

En cambio, hoy los chavales recién salidos de la Universidad ni han oído hablar de ellas.

Y lo que es más grave: parece que nadie les ha contado lo que ocurrió.

 

Desde este modesto blog voy a poner mi granito de arena para hacer memoria y que no caiga en el olvido esta figura tan importante para la vida de nuestros padres y abuelos.

Hablaré de sus modestos orígenes, recordaré su grandiosa época de auge – ¿quién no tuvo cuenta abierta en una caja de ahorro? -, verás los motivos por los que se empezaron a torcer, y te narraré cómo fue la asquerosa decadencia y la quiebra final.

¿Me acompañas en este viaje a un pasado reciente?

 

Un repaso a la historia de las Cajas de Ahorros

No pienses que las Cajas de Ahorros siempre fueron los abominables monstruos financieros con un poder desmesurado en que terminaron convirtiéndose.

Ni que tenían a los políticos chupando del bote con decenas de enchufados sin estudios, que fue en lo que degeneraron. Qué va.

La caja era el banco de los humildes.

 

Hace 300 años había bancos, sí, pero no funcionaban como ahora. Solamente hacían negocio con grandes empresas y con la nobleza.

No les interesaba tratar con agricultores, campesinos o artesanos, que suficiente tenían con sobrevivir en una era prácticamente feudal y con una esperanza de vida de 40 años.

Nada que ver con el bienestar del que disfrutamos hoy en día.

 

Distintas congregaciones de la Iglesia crearon unas sociedades muy parecidas a los bancos, solo que eran fundaciones sin ánimo de lucro. Buscaban ayudar a los más humildes, permitiéndoles guardar sus ahorros en un lugar seguro. No pretendían aprovecharse de ellos.

Es lo que después se conoció como la «Obra Social». Con los beneficios se financiaban carreteras, escuelas, teatros, clubs deportivos… Todos lo hemos visto de cerca. Y a todos, de alguna u otra manera, nos han ayudado.

En Cantabria patrocinaban uno de los mejores equipos ciclistas de la región, pagaban las paradas de autobuses de los pueblos más escondidos, financiaban el famoso campamento de verano en Polientes, al que miles de críos fuimos a encontrar nuestras primeras experiencias con la naturaleza y donde nos enseñaban las especies autóctonas… Era un no parar de actividades.

Fuente en el Alto de San Mateo de Maoño, financiada por Caja Cantabria

 

La primera caja de ahorros nació en 1834, en Jerez de la Frontera

La idea inicial era fantástica, al funcionar como una caja fuerte. Daban seguridad a sus clientes, ya que utilizándolas era imposible que nadie les robara el dinero por tenerlo guardado en casa debajo del colchón.

Otro punto destacable es que sólo podían actuar en su territorio. Ni Caja Asturias operaba en Castilla la Mancha ni Caja Almería tenía clientes en Zaragoza, por ponerte un par de ejemplos. Tenían muchísimas restricciones a la operativa, ya que estaban pensadas para correr los mínimos riesgos:

  • No se les permitía entrar en mercados internacionales,
  • No podían entrar en proyectos de alto riesgo,
  • No podían comprar acciones de bolsa,

 

Su función era sencilla: alejar el dinero del peligro. Eran una especie de búnker financiero a prueba de bombas.

Esta naturaleza defensiva les permitió superar graves crisis internacionales, como la del petróleo en los años 70. Mientras que el 90% de bancos en España las pasó canutas, las cajas ni se enteraron de lo que había ocurrido. Como no podían tocar nada de fuera, nada de fuera les afectaba.

Era un negocio aburrido, pero muy efectivo. La mayoría de ahorradores no querían complicaciones, sólo buscaban un lugar seguro en el que depositar su dinero. Por ese motivo en los próximos años millones de clientes abrieron cuenta en alguna Caja de Ahorro.

 

Pero esta época de gloria tenía los días contados

En los ochenta los políticos metieron mano a las cajas de ahorros

Fue el principio del fin

A todos nos dolió la quiebra de las cajas de ahorro, fue terrible ver cómo habían prostituido estas entidades para enriquecer a cuatro privilegiados. Su función original, servir a los humildes, había quedado en el olvido. Mira, si no llega a ser por Caja Cantabria, mis abuelos nunca hubieran podido comprar la casa en la que nació mi padre y donde criaron a sus tres hijos en Bezana.

Mi abuelo venía de Mogro, un pueblo que está a medio camino entre Santander y Torrelavega. En aquella época había cuatro supermercados contados en la región, entonces él iba con una furgoneta de pueblo en pueblo vendiendo los productos básicos en las plazas. Mi abuela iba en tren a Santander y daba salida a lo que cultivaban en la huerta de casa en el mercado de la Esperanza.

Como no tenían ingresos del otro mundo ya te puedes imaginar lo que sucedió cuando fueron al Banco Santander a pedir la hipoteca. Allí no querían saber nada de ellos, fue Caja Cantabria quien les concedió el préstamo. Gracias a aquel gesto pudieron prosperar y formar una familia.

 

Al igual que mis abuelos, muchos otros trabajadores de la postguerra sólo utilizaban las cajas de ahorro, eran una opción tan válida como los bancos. Además, la gente se sentía representada por la caja de su territorio. A un vasco le gustaba tener cuenta en la Kutxa y a un extremeño en Caja Extremadura.

Estaban en su máximo apogeo cuando sucedió un evento clave en la historia de España que cambiaría para siempre su devenir: el 20 de noviembre de 1975 moría Francisco Franco y el país se dirigiría hacia la democracia. Comenzaba la transición.

Las cajas de ahorro eran uno de los pilares económicos, así que el gobierno decidió intervenirlas. Es lo que llamaron «democratizar» las cajas de ahorros. Que dicho así, suena muy bien, pero en la práctica consistió en arrebatárselas a sus fundadores.

 

Los consejos de administración, donde se tomaban las decisiones, quedaron repartidos de esta manera:

  • El 70% de los puestos pasaron a ocuparlos partidos políticos y sindicatos,
  • El 20% quedaba para los clientes,
  • Sólo el 10% lo mantenían sus dueños originales

 

De un plumazo los propietarios de estas fundaciones que tanto bien hacían vieron cómo su magnífica obra era expropiada por el Estado. En lugar de ser administradas por quienes las habían creado, pasaban a ser administradas por los políticos, sindicalistas y clientes.

Un plan sin fisuras. ¿Qué podía salir mal?

Pues todo salió mal.

 

Lo que ocurrió en Caja Madrid fue premonitorio de la degradación que vendría después

La gran caja del país (su balance superior al de muchos bancos) la dirigía Jaime Terceiro. Era un hombre súper preparado: economista, catedrático de la Universidad Complutense y ex-director general del banco hipotecario de España, pocos habían hecho más méritos para el puesto. Pues en cuanto pudieron se lo ventilaron.

PP, Izquierda Unida y Comisiones Obreras votaron para echarle. Sí, como lo oyes, los comunistas y el PP se pusieron de acuerdo para algo, y no fue para establecer un pacto nacional por la educación, no. Fue para mover de la silla a Jaime Terceiro y poner en su lugar a Miguel Blesa (✝), un inspector de Hacienda afiliado al PP.

Echaron al competente para poner al amiguito. Así podían hacer y deshacer a su antojo sin que nadie hiciera preguntas.

 

En el resto de cajas sucedió lo mismo. Destituyeron a los directivos válidos para colocar políticos regionales y sus correspondientes enchufados.

Hasta Pedro Sánchez, el presidente de España, estuvo en el Consejo de Administración de Caja Madrid entre 2004 y 2009 (aunque él prefiere ocultar esta información, que no da muy buena publicidad).

Pasaron a convertirse en agencias de colocación con sueldos astronómicos. Eran un chollazo al alcance de muy pocos.

 

Los límites que daban seguridad a las cajas desaparecieron. Y cuando no hay restricciones el desastre está garantizado

¿Recuerdas que el 20% de los cargos directivos los ocupaban clientes? Fíjate qué soberana estupidez: como necesitaban cubrir el cupo hasta les llegaron a meter mediante sorteos.

¿Te imaginas entrar en el Consejo de Administración de Inditex porque te ha tocado en un ticket regalo-sorpresa? Y tú, que toda la vida has sido fontanero, tienes que sentarte junto a directivos curtidos en mil batallas para tomar las decisiones del futuro de una entidad que mueve millones.

Pues ocurría. Y lo peor no fue eso.

 

Lo peor fue que levantaron las restricciones. Eliminaron esas grandes defensas, que les habían protegido de las crisis internacionales casi sin enterarse. Pasaron a funcionar exactamente igual que el resto de bancos.

Se metían en promociones inmobiliarias, participaban en proyectos extranjeros, comerciaban con divisas de otros países… Asumían más riesgos buscando beneficios extraordinarios. Y no era para financiar nuevos proyectos de la obra social, no.

Necesitaban el dinero para llenarse los bolsillos y repartirlo entre los amiguetes de arriba. Se convirtió en una carrera a contrarreloj por ver quién extraía más de la caja. Fue una época demencial.

 

La radical transformación en pocos años de la que muy pocos se acuerdan

Recuerda el modelo antiguo: teníamos unas entidades sin ánimo de lucro que daban servicio a artesanos, campesinos y agricultores. Ellos depositaban sus ahorros y se olvidaban de problemas por la naturaleza súper defensiva de la caja. Con los beneficios se financiaban proyectos de todo tipo (deportivos, culturales o infraestructuras) en la región.

El nuevo modelo no tenía nada que ver. La caja tomaba riesgos altísimos para generar beneficio a toda costa. La obra social había quedado en un segundo plano.

Los directivos ya no eran reputados profesionales con sueldos justos. Ahora eran chupópteros de profesión que pretendían hacerse millonarios. Muchos no tenían estudios ni experiencia, su único mérito era haber estado afiliados al partido político de turno desde que eran críos.

 

Habíamos pasado de un modelo local, en el que las cajas no podían salir de su territorio y donde todos confiaban en el director por haberle visto crecer desde que era un niño en la escuela del pueblo…

A encontrar sucursales en cada esquina de las principales ciudades. Donde muchos trabajadores eran traídos de fuera y nadie les conocía.

En Santander, por ejemplo, ya no había sólo Caja Cantabria. En el centro te podías encontrar la sucursal de Caja Madrid, Caja del Mediterráneo, Caja Rural, Caja Duero, Caixa Galicia… Brotaban oficinas como setas, fue un fenómeno sin precedentes.

 

Habíamos pasado de una misión honesta ayudando a la gente humilde, construyendo una Obra Social magnífica con la que todos salíamos beneficiados… A estar al servicio de políticos regionales y enchufados. Donde se compraban favores pagándoles las campañas electorales, se regalaban fiestas con prostitutas y drogas y, por si no lo recuerdas, llegaron a emitirse unas tarjetas black sin límite de gasto y sin tener que justificarlo.

¡Llegaron a gastar más de 15 millones de euros tirando de tarjeta! En el juicio posterior se desvelaron las compras y algunas eran escandalosas: joyas, ropa, tickets del casino… hasta billetes de metro. ¿Sabes cuál fue la mayor partida? Retirada de efectivo.

Una absoluta vergüenza que consejeros con sueldos millonarios se dedicaran a estar sacando dinero del cajero a paladas. Se habían convertido en adictos al robo.

 

El estallido de las Cajas fue paralelo a la explosión de la burbuja inmobiliaria

Con estos mimbres el desastre sólo era cuestión de tiempo. Los sólidos pilares sobre los que las cajas se habían levantado ya no existían. La garantía de seguridad no era más que una falsa ilusión.

Por un lado las cajas seguían entrando en proyectos cada vez más peligrosos De algún sitio había que sacar los ingresos para sufragar el caro estilo de vida de los de arriba. Y cada vez tenían más caprichos que costear.

Por otro lado los gastos estaban descontrolados. La caja se había convertido en una especie de Rey Midas: quien estaba cerca se convertía de oro. Y como no había ningún supervisor ni nadie controlaba nada, había vía libre para pisar el acelerador hasta los 200 por hora sin que la policía te detuviese.

 

Los responsables de llegar a este camino de no retorno pronto se estamparían con la cruda realidad

Llegó un punto en el que el negocio bancario daba para lo que daba, era imposible obtener más rentabilidad. Tenían que entrar en nuevos sectores para ganar más dinero.

Y, amigo, ¿cuál fue el negocio más rentable en la década de los 2000?

Efectivamente: el ladrillo.

 

Las cajas comenzaron a financiar promociones inmobiliarias justo en el mismo momento en que los bancos privados estaban saliéndose de ese negocio. Habían acumulado demasiada exposición al ladrillo y sus departamentos de riesgos habían dicho basta. Como en las Cajas el riesgo lo podía establecer un mono tirando dardos a una diana, entraron donde los bancos estaban escapando.

Se hicieron con las hipotecas basura: casas compradas a precios desorbitados, concedidas a curritos con antigüedad de 3 meses en el trabajo y con unos sueldos que no se correspondían con la realidad. La rueda seguía girando siempre y cuando el precio de la vivienda escalase, ya que todas las promociones daban beneficio. Era un negocio fácil y rápido.

Pero era imposible que el precio de la vivienda continuara subiendo durante mucho más tiempo.

 

Evolución del precio de la vivienda desde 1985. El pico coincide con la quiebra de las cajas

 

La fiesta tenía que llegar a su fin, y llegó cuando nadie se lo esperaba. Recuerdo las palabras de Zapatero en aquella infame rueda de prensa en Nueva York diciendo que «España tenía el sistema financiero más sólido del mundo». La realidad era bien diferente: el barco se hundía sin salvación posible, haciendo aguas por todos los sitios.

En junio 2009 la bola explotó y el gobierno tuvo que reconocer la quiebra del 90% de las cajas, con millones de clientes atrapados que podían perder todos sus ahorros. Así nació el FROB, el Fondo de Reestructuración Bancaria Ordenada. Su misión fue contabilizar las pérdidas, liquidar los chiringuitos y abrir el paso a una nueva era.

El desastre se hizo realidad.

 

¿Quién pagó la factura de la fiesta cuando dejó de sonar la música?

Meses antes de la explosión los responsables intentaron esconder la mierda debajo de la alfombra y pegar una patada hacia delante. Para ello necesitaban que alguien asumiera las pérdidas que ellos mismos habían generado, así que colocaron a toda prisa entre los clientes un producto estafa: las preferentes. De este triste episodio te hablé en este post.

 

Después ampliaron capital emitiendo nuevas acciones, e intentaron venderlas a precio de oro.

Como ningún inversor profesional quería arrimarse a las Cajas (era imposible saber qué escondían en el balance), se dedicaron a venderlas de forma súper agresiva a todo el que se acercaba Estaban desesperados por tapar el agujero.

El escándalo de Bankia – llegaron a falsificar las cuentas para que el engaño fuera creíble – fue el más sonado.

 

Y por último, fuimos los contribuyentes quienes asumimos la cuenta final. No quienes habían creado un monstruo imposible de parar. Ni quienes se habían aprovechado de él.

Cuando ya no había nadie a quien cargarle el muerto los ciudadanos de a pie tuvimos que arrimar el hombro con nuestros impuestos.

El rescate alcanzó los 70.000 millones de dinero público. A día de hoy, según las cuentas del propio Banco de España, 42.000 millones se fueron directamente al cubo de la basura. El gobierno ya los tiene contabilizados como irrecuperables.

 

Ojo, que todos perdemos dinero de vez en cuando. Ganar siempre es imposible.

Pero jamás llegaremos a un punto donde no haya marcha atrás. Habremos puesto las medidas necesarias para que nos importe un pimiento si el precio llega al peor el escenario. No será necesario solicitar rescates de nadie, porque la filosofía que sigo en la Academia es la de enseñarte a mantenerte de pie en el mercado por ti mismo aprendiendo los hábitos que siguen los ganadores.

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Ahora me gustaría saber qué relación te vinculaba a las cajas de ahorros:

¿Tuviste cuenta abierta en alguna caja?

¿Acudiste a algún evento organizado por las cajas?

¿A alguien en tu familia le financió la hipoteca la caja?

 

Me encantaría leer tu historia en un comentario.

Un fuerte abrazo.

Enrique Mazón

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