
Se espera que hasta el más humilde de los miembros del Partido sea competente, laborioso e incluso inteligente – siempre dentro de límites reducidos, claro está -,
pero siempre es preciso que sea un fanático ignorante y crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástica de triunfo.
En otras palabras, es necesario que ese hombre posea la mentalidad típica de la guerra.
No importa que haya o no haya guerra, y tampoco importa si la guerra va bien o va mal, ya que no es posible una victoria decisiva.
Lo único preciso es que exista un estado de guerra.
La desintegración de la inteligencia que el Partido necesita de sus miembros se logra mucho mejor en una atmósfera de guerra.
Escrito por George Orwell en su obra maestra «1984», que fue publicada en el año 1949. Dicha novela es una crítica contra los estados totalitarios. En ella describe instituciones opresoras encargadas de arrebatar toda humanidad, como la «Policía del Pensamiento», el «Ministerio de la Verdad», o la «liga Juvenil Anti-Sexual».
George Orwell también es autor de la fábula «Rebelión en la granja», publicada en 1945, en la que narra cómo el ideal de estado socialista-soviético liderado por Stalin degeneró en un régimen autoritario, asesino y empobrecedor.
El señor Orwell luchó como voluntario durante la Guerra Civil española en el lado republicano, convencido de que iba a «matar fascistas porque alguien tenía que hacerlo», como le confesó a su amigo Henry Miller en las Navidades de 1936. Tras vivir la guerra en primera línea de batalla, su visión del mundo cambió para siempre. Y así lo traslada en sus novelas.
El verano que lo dejé con mi novia, después de tres años juntos, me dio por organizar un viaje a los países bálticos. Aunque estaba destrozado por dentro y una parte de ese viaje consistió en demostrar a quienes me rodeaban lo bien que había superado la ruptura (era todo mentira, cuánto daño hace el querer aparentar lo que no es), tenía la sensación de que estar en casa iba a ser peor que salir a despejarme. Y como ninguno de mis amigos quería unirse al plan, porque estaban todos con novia o porque no les llamaba la atención mi aventura, me marché yo solo.
Tampoco te pienses que fue una experiencia espectacular, como las que siempre tienen estos mochileros nómadas con miles de seguidores en Redes Sociales. Ellos son felices (aparentemente) viajando por el mundo y haciendo reels – qué asco de palabra – en los que muestran las maravillas de Bali, de Tailandia, y de tantos otros lugares mega-guays. Aunque luego por las noches lloren desconsolados por lo mucho que echan de menos a su mamá, como también he visto en algún vídeo por ahí.
Elegí ir al norte de Europa porque siempre me han atraído especialmente esos países. No sabría describirte con palabras el aura que percibo cuando estoy allí, pero es una fuerza que me ha hecho regresar ya en varias ocasiones. Quizás en otra vida pertenecí a una de las millones de familias judías que fueron sacadas a la fuerza de su casa para llevarles a los horrendos campos de concentración nazis, porque de alguna manera me siento conectado con el sufrimiento de los eslavos durante el Holocausto.
El caso es que durante mi visita en Riga, la capital de Letonia, hice un Free Tour para enterarme de las historias que habían sucedido sobre el suelo que estaba pisando. La mayoría no las recuerdo, pero hubo una que me llamó poderosamente la atención. Fue cuando la guía nos habló de la cadena báltica.
Al término de la segunda Guerra Mundial, los países del bloque aliado, quienes habían resistido las calamidades que perpetraron los alemanes dirigidos por Adolf Hitler, les cobraron a los germanos cuantiosas multas y se repartieron los antiguos territorios ocupados. La Unión Soviética fue la más favorecida, porque también fue la nación que más bajas había sufrido durante la guerra, y es que muy pocos saben que los rusos perdieron la bárbara cifra de más de 20 millones de vidas. Equivaldría a que la mitad de los habitantes de España murieran en un conflicto militar, y eso que la mayoría fueron hombres en edad de portar armas.
Los acuerdos alcanzados durante 1945 en las conferencias de Yalta, de Potsdam y, sobre todo, en la de San Francisco (en esta misma se creó la ONU, Organización de las Naciones Unidas), implicaron que Rusia acaparara muchas regiones y países limítrofes. Sus nuevas fronteras incluirían partes de Finlandia, Checoslovaquia, Ucrania, un tercio de Alemania que denominaron República Democrática de Alemania (tantos años conocida como «Alemania del Este») o Hungría y Moldavia al completo. Los tres países bálticos que son protagonistas de esta introducción, Letonia, Lituania y Estonia, también pasaron a ser controlados bajo el yugo soviético.
Los habitantes bálticos siempre consideraron a los rusos como una fuerza invasora, y no una aliada. Es cierto que los soviéticos expulsaron a los alemanes de sus territorios, pero, con el establecimiento del comunismo, los pueblos bálticos consideraron que el remedio estaba siendo peor que la enfermedad. Se sentían mucho más cercanos al bloque capitalista – el de las ideas liberales del mundo anglosajón – que al de las doctrinas impuestas por los comunistas.
Como no podía ser de otra manera, la imposición del ruso como idioma oficial, tan diferente a sus lenguas maternas, fue un fracaso. Y como tampoco podía ser de otra manera, planificar desde un despacho en Moscú la economía, o la educación o las infraestructuras de naciones con identidad propia, jamás sería una política sostenible a largo plazo. Porque un burócrata fumándose un puro sentado en su confortable sillón nunca entenderá cuáles son las necesidades reales de la población.
Conforme pasaban los años no hacía más que crecer el descontento con un régimen que tomaba decisiones totalmente desapegado a una realidad que sucedía a cientos de kilómetros, y que imponía unas ideas tremendamente diferente a las de sus habitantes. Este clima de hostilidad hacia la ocupación rusa se extendía a lo largo y ancho de Europa, y cuanto más tiempo pasaba, más se cansaban los ucranianos de entregar sus cosechas de trigo al imperio rojo, más resistencia existía en Polonia a pasar una censura antes de publicar la prensa y los periódicos, o más se hartaban los berlineses de tener un muro que separara sus familias. Por cierto, bendito sistema el comunista, que sus ideólogos se vieron obligados a levantar un muro de 4 metros para que la gente dejara de escapar del Berlín soviético hacia el mundo occidental.
Este modelo, cual zapato que no da la talla del pie y hay que meterlo a presión con un calzador, estaba predestinado a fracasar, y así terminaría sucediendo. El castillo de naipes que habían construido los Lenin, Stalin o Gorbachov se estaba volviendo cada vez más y más débil, y en cualquier momento se derrumbaría. Sólo tenía que soplar un poco el aire para que la Unión de Repúblicas Soviéticas llegara a su fin.
Los bastos territorios de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Eran, con diferencia, el país más extenso del mundo. Y también el que tenía mayor diversidad étnica
Uno de los disparadores que desató el derrumbe de la Unión Soviética fue la cadena báltica, de la que te vengo a hablar en esta introducción. Se me pone el vello de punta al recordar la historia que nos contó la guía, por lo excepcional del asunto. Y es que estamos hablando de la cadena humana en la que más personas han participado en la historia de la humanidad, y también la más larga.
El 23 de agosto de 1989 se pararon las fábricas, se cerraron los restaurantes, y se cancelaron las clases, porque ese día en Letonia, Lituania y Estonia sólo había una prioridad: salir a la calle a unir tus manos con las del vecino. Casi todos los padres o abuelos de estas nuevas generaciones estuvieron allí, más del 80% de sus habitantes participaron en la cadena, según los cálculos más optimistas. Para una población de 8 millones, significó que 6,4 millones de personas protestaron unidos frente al enemigo.
Querían gritar al cielo sus ansias de independencia, en la que posteriormente fue bautizada como la Revolución Cantada. Y lo hicieron como realmente se logran las cosas: sin pegar un tiro, sin dar un golpe a nadie, sin resistencia partisana. Era tal su convencimiento por un futuro mejor, que pidieron por su liberación de una forma pacífica.
La cadena báltica sucedió el 23 de agosto de 1989, en el 50º aniversario del pacto Riventrov-Molotov. En aquel infame acuerdo Hitler y Stalin acordaron la ocupación de sus países vecinos en modo «Sandwich»: Alemania se quedaría con Polonia y los soviéticos pasarían a dominar los países bálticos. Como lo oyes, antes de que el Führer traicionara a los rusos y les declarase la guerra, ¡primero habían sido aliados!
Pocos meses después de que la cadena báltica tuviera lugar, fueron cayendo las fichas de dominó una detrás de otra. En Polonia, tras celebrar unas elecciones libres en junio, donde el partido comunista salió vapuleado, se formó el primer gobierno no soviético desde 1948. Y el 23 de octubre – aniversario del levantamiento de 1956 en el que murieron casi 3.000 húngaros sublevados contra los rusos -, el presidente interino Mátyás Szűrös proclamaba en Budapest, desde el balcón de la Asamblea Nacional, el final de la República Popular de Hungría, dando paso a la República de Hungría.
Aunque el hecho más famoso de esta desintegración fue la caída del muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989. En un clima insostenible, a las 7 de la tarde daba una rueda de prensa la mayor autoridad del Berlín Oriental, Gunter Schabowski, informando de que la RDA «anulaba las antiguas restricciones para el cruce de fronteras» entre las dos Alemanias, entrando dicha orden en vigor «ahora mismo, de inmediato». Entonces los alemanes del Este acudieron en masa al muro, cruzando por los pasos fronterizos simplemente mostrando su carnet de identidad, algo inimaginable desde que levantaron el tabique en 1961. Aquella noche se corrió la voz entre los berlineses del Oeste, quienes les recibieron con los brazos abiertos, celebrando una fiesta improvisada en la puerta de Brandemburgo tras casi 3 décadas de sufrimiento.
Volviendo a tierras bálticas, en marzo de 1990, el Consejo Supremo aprobó la «Declaración de Restablecimiento del Estado de Lituania», con 124 diputados a favor y 6 abstenciones. La URSS todavía no estaba por la labor de dejar escapar sus «colonias bálticas», así que metió los tanques en su capital, Vilnius, asaltando la radio y televisión públicas, en unos incidentes en los que murieron 15 manifestantes. Finalmente, el 9 de febrero de 1991 de enero, el Referéndum por la Independencia de Lituania ganó con un aplastante 93% de apoyo, siendo el primero de los países bálticos que declaraba su independencia.
En Estonia – el único estado que no lamentó muertes en este proceso – el referéndum de marzo tuvo un 73% de apoyo, mientras que en Letonia, donde las fuerzas soviéticas tomaron el Ministerio del Interior, lamentando 6 fallecidos, alcanzó el 74%. Varios países como Dinamarca ya habían reconocido a los países bálticos su plena soberanía, pero la comunidad internacional sólo lo hizo después del 21 de agosto de 1991, cuando fracasó el golpe de Estado en Moscú contra Gorbachov. El Imperio Rojo reconocía su independencia el 6 de septiembre, 3 meses antes de que oficialmente dejara de existir la unión de Repúblicas Soviéticas, cuando Mijaíl Gorbachov dimitió como presidente el día de Navidad de 1991.
Así que, si alguna vez viajas a alguno de estos países bálticos, recuerda que todo aquello que verás es el resultado de incontables lágrimas derramadas, de demasiadas muertes injustas, y de varias décadas de opresión. Las ganas de prosperar que vas a respirar cuando pises esas tierras no son fruto de la casualidad, no. Son el resultado de haberse ganado su libertad a pulso, poniendo su propia sangre encima de la mesa.
Un manifestante lituano se enfrenta a un tanque soviético en enero de 1991, durante la revolución en Vilnius contra la ocupación rusa. Unos meses después Lituania, y el resto de países bálticos, conseguirían la independencia del comunismo. Se abrían paso en su camino hacia la libertad.
El Broker Market-Maker, la figura que se dedica a recoger los cadáveres del mercado que aparecen cuando baja la marea
Bien, he considerado conveniente empezar con este amplio relato sobre la cadena báltica por dos motivos. El primero, para aportar mi pequeño granito de arena sobre la historia europea, un tema que me fascina, y que intento transmitir como mejor sé hacerlo. Me parece fundamental recordar de dónde vienes porque muchas veces se te olvida, y no tienes ni idea de lo que ha sucedido antes de que tú llegaras a este mundo, como si fueras el centro del universo.
Recordando las atrocidades que han padecido quienes ya habitaban este planeta, y los motivos que llevaron a los del otro bando a cometerlas, podremos evitarlas. Porque siendo conscientes de hacia dónde llevan ciertos caminos, las nuevas generaciones no caerán en los mismos errores que nos precedieron. O al menos no deberían repetirlos.
Así conseguiremos, entre todos, construir un futuro que merezca la pena ser vivido.
El segundo motivo por el que he elegido esta introducción es para enlazar con el tema que viene ahora, el del Market Maker. Por si a estas alturas no sabes lo que es un Market-Making, o Creador de Mercado, te lo cuento. Para empezar, un bróker es la institución que te permite acceder a los mercados de capitales como intermediario, y no tiene nada que ver con el trader (a pesar de lo que te quieran hacer creer para confundirte).
Lo peculiar del Market-Maker es que dicha entidad es la contrapartida en todas las posiciones que toman los traders. Por decirlo de un modo más claro: en un Market-Maker lo que pierde el trader, se lo lleva el bróker. Y lo que gana el trader, se lo «roba» al bróker.
Funciona al estilo casino. Cada euro que juegas a la ruleta, o te lo llevas tú, o se lo lleva la casa. No existe un punto medio.
Esto te puede sonar un poco fuerte si acabas de llegar a este mundillo, porque denota una gran verdad: que la gran mayoría de traders pierden todo su dinero. ¿O de dónde crees que salen los millones de euros que se gastan los brókers Market-Maker poniendo publicidad en la Fórmula 1, en equipos de fútbol como el Arsenal o el Atlético de Madrid, o patrocinando al hombre más rápido de todos los tiempos, Usain Bolt? Efectivamente, la fortuna que invierten sale de los bolsillos de todos aquellos traders que entregan hasta el último céntimo después de abrir su cartera.
Pero que no cunda el pánico si piensas que, al ser juez y parte, estos brókers van a tener un conflicto de intereses yendo en tu contra (ahora te demostraré por qué jamás lo harán). Además, si esta forma de trabajar no te convence, debes saber que existe una alternativa: el bróker ECN, – «Electronic Communication Network» – , que lanza tus órdenes al mercado y la contrapartida son el resto de operadores. Lo que tú ganas – o pierdes – lo está ganando, o perdiendo, otra persona.
Si en el Market-Maker sabes perfectamente quién ha recogido tu orden, en el ECN no. Puede ser un ejecutivo multimillonario que está en un rascacielos de Nueva York, un pobre diablo que vive en un bajo inundado y sin luz en un barrio de mala muerte de Taiwán, o puedes haber casado la operación con el vecino de arriba. Lo importante es que tu orden de compra se ha intercambiado con una venta de otro operador, lo que en el argot financiero se llama hacer un trading back-to-back.
El bróker ECN reparte las cartas, y el dinero que hay encima de la mesa se lo quedan los jugadores, cambiando de unas manos a otras (cobra una comisión por cada trade). En el Market-Maker se lo queda la casa enterito. O, en muy pocos casos, el trader.
Pero cómo va a ganar dinero el Bróker con mis pérdidas, ¡Entonces van a manipular los precios para ir en mi contra! Deberían prohibirlos…
Lo repito por si todavía no ha quedado claro: el bróker Market-Maker se alimenta de tus pérdidas. Bueno, para ser exactos, de las tuyas y de las de todos sus clientes. Y por eso gana unas auténticas barbaridades de dinero.
¿Significa eso que van a hacer trampas manipulando los precios para hacerte morder el suelo? Podrían hacerlo, pero estarían incurriendo en graves delitos. Y con la cantidad de organismos reguladores que tenemos velando por la seguridad de los traders pequeñitos (en España la CNMV, en Reino Unido la FCA, en América la SEC…), es prácticamente imposible realizar estas artimañas sin que les caiga una multa que les deje tiritando.
Y lo mejor es que no les hace falta inventarse jugarretas, porque los seres humanos estamos programados para perder dinero en bolsa. Esta cruda realidad no me la estoy sacando de la manga en un arrebato de inspiración, sino que ya lo desvelaron dos premios Nobel de Economía con su teoría la Economía del Comportamiento. Por ejemplo, a un abuelete que lleva toda la vida viviendo en la misma casa no pretendas comprársela por dos millones de euros, que no te la va a vender aún sabiendo perfectamente que en el mercado no le darían ni medio millón por su propiedad.
En el siguiente artículo te recuerdo cómo los dos premios Nobel Thaler y Khaneman demostraron que, en asuntos económicos, nos volvemos completamente irracionales. Tomamos decisiones que nos perjudican una y otra vez. Y por eso siempre la fastidiamos cuando se trata de invertir en los mercados:
Sabiendo esta realidad, ahora entiendes mejor por qué cuando entras en una casa de apuestas los gerentes quieren que te sientas a gusto allí dentro, invitándote a la primera copa, cediéndote unos sillones de lo más cómodos o poniéndote una música ambiente agradable. Saben que, cuanto más tiempo pases en su local, más cerca estarás de dejar todo lo que llevas dentro. Las probabilidades están de su lado.
Y respecto a posibles teorías de la conspiración, mira, el bróker Márket-Maker es una figura jurídica que está permitida y regulada por los supervisores financieros, no están haciendo nada ilegal. Si la gente fuera un poco adulta y los dejara de utilizar porque los considerasen dañinos, no existirían. Como tampoco existirían los burdeles si nadie entrara por sus puertas buscando el cariño que no recibe en su casa.
Sus dueños simplemente tienen un negocio que apuesta sobre seguro. Al igual que quien monta una panadería sabe que en su barrio la gente llamará a su puerta todos los días para comprarle el pan con el que acompañará la tortilla, mojará en el tomate, o se hará una tostada. Pues quien monta un Márket Maker (o una casa de apuestas deportivas, o un casino, u organiza una timba de póker con sus colegas en su casa y él mismo hace de croupier), tiene el éxito asegurado.
El problema es que la mayoría de operadores llegamos a la bolsa con muchas prisas por hacer dinero, y en cuanto las cosas se tuercen desviamos la atención hacia fuera en lugar de centrarte en uno mismo. Y no me vale eso de «poniendo este indicador parecía fácil sacar Profits», o «en un seminario online vi que cualquiera podía dejar el trabajo dedicando un par de horas al día a mirar los gráficos», o el clásico «con apalancamiento 1:500 duplicaré la cuenta en un par de semanas». A ver, un poco de sentido común por favor, que si actúas cegado por la avaricia nada bueno te va a suceder, eso de que te regalen duros a cuatro pesetas siempre hay que ponerlo en cuarentena.
Y ojo, que a cualquiera le pueden colar una estafa, hasta en los sitios supuestamente más respetables te pueden engañar. Ya sucedió con los directores de las sucursales bancarias, cuando estos señores enfundados en trajes de varios miles de euros y que tan serios parecían, le metieron a los abueletes productos financieros basura como las preferentes o las acciones de Bankia. Les prometían una seguridad y estabilidad a largo plazo, y en cuanto se dieron la vuelta tenían un puñal clavado en la espalda en forma de ruina, la que poco después les llegó al saber que los productos financieros que con tanta ilusión habían adquirido tenían un valor equivalente a cero.
Quien abre cuenta en un bróker Márket-Maker ya sabe dónde está metiendo la cabeza, que a nadie le ponen una pistola en la cabeza para enviar la transferencia de 6.000€ pensando que en unos meses tendrá 90.000. Así que cuando lleguen las pérdidas, nada de mandar balones fuera y pensar que te están robando, toca asumir tu parte de culpa por no estar siguiendo una estrategia. Un poco de responsabilidad, por favor.
El excepcional caso de los García-Pelayo que aporta un halo de esperanza: la banca no siempre gana
Es cierto que casi todos los traders de esta nueva era que nos ha tocado vivir pierden todo, como también es cierto que la mayoría de jugadores que se dejan caer por un casino nunca sacarán nada bueno de ahí. Pero de vez en cuando hay excepciones que rompen la regla, como todo en la vida. Una de ellas es la historia de Gonzalo García-Pelayo, la cual paso a contarte.
Gonzalo García-Pelayo fue un avanzado a su época, porque en la década de los 90 apenas había ordenadores. El los utilizó para almacenar los resultados de las tiradas de la ruleta que había en el casino de Torredolones. Algo tan habitual como crear una base de datos en una hoja Excel, algo que cualquiera hace hoy en día con los ojos cerrados, no era una tarea sencilla en aquel entonces.
Después de estudiar miles de lanzamientos Gonzalo García-Pelayo llegó a una conclusión: había ciertos números que salían más veces que otros, y había patrones que se repetían. Basándose en sus estudios creó un método capaz de batir a la probabilidad negativa de la ruleta. Después de probarlo y constatar que tenía éxito, organizó a su familia, les explicó el sistema y les puso a trabajar cubriendo diferentes horarios, como si se tratara de unos obreros que acuden a la factoría a ganarse el jornal.
El clan García-Pelayo llegó a ganar más de 200 millones de pesetas en el Casino de Torrelodones, lo que era una auténtica fortuna antes de que llegara el euro y cediéramos nuestra soberanía monetaria a un organismo supranacional, el tóxico Banco Central Europeo. No les duraron mucho las alegrías, porque el casino les prohibió la entrada al comprobar el dineral que les estaban arrebatando. No pudieron regresar pero tampoco importaba, habían amasado suficiente patrimonio, y habían descubierto una rendija en el sistema por la que colarse.
La moraleja de esta historia es que ninguna casa de apuestas es invencible, y que si estudias el comportamiento del mercado a fondo existe la posibilidad de que salgas victorioso de esta guerra. Estás entrando en la guerra más sucia del mundo amigo, esto es una jungla donde impera la ley del más fuerte, y van a ir a por tu dinero sin ninguna piedad. Si vas a la batalla con tirachinas mientras que tus oponentes llevan cañones, no hace falta ser muy listo para saber lo que te va a suceder.
Y la segunda moraleja que extraemos del caso García-Pelayo, y que me parece de lo más curiosa, es que un bróker también tiene reservado el derecho de admisión, como si de una discoteca se tratara. Si detecta que eres un alborotador porque ganas donde nadie es capaz de ganar, puede cerrarte la cuenta y decirte adiós. Ahora bien, ya te anticipo que si eso sucede será el menor de tus problemas, porque te habrás pasado el juego de la bolsa al entender cuáles son los patrones que de verdad funcionan. Y si no puedes exprimirlos en un bróker porque te han cortado las alas, será en otro.
Tú también puedes asaltar la banca, pero sólo hay una forma de lograrlo
Mira, si los habitantes de Hungría, Checoslovaquia, o Polonia, a quienes los soviéticos habían arrebatado su identidad, se hubieran quedado en casa quejándose por la mala fortuna que les había deparado la vida, seguirían exactamente igual que como estaban en los años 60, 70 y 80. Es decir, siendo esclavos de los rusos. Pagándoles el caviar mientras ellos pasaban hambre.
En cambio, prefirieron arriesgarse, desafiar a la autoridad y pelear por un futuro mejor. A pesar de la incertidumbre que les supondría perder la protección de un estado paternalista que les garantizaba cierta seguridad (una falsa seguridad, como siempre sucede), ellos consideraban que merecían muchísimo más. Y fueron a por ello.
Preferían construir su propio destino a vivir en una existencia gris. Sin emociones. Descolorida.
Ante ti se abren ahora mismo dos caminos. El primero es el de seguir culpando al bróker de tus pérdidas, o a las políticas de la Reserva Federal, o a la última barrabasada que haya soltado por la boca Donald Trump y que haya movido el mercado. O la de echarle la culpa a saber el qué, porque llegará un punto en el que hasta se te acaben las excusas.
El segundo camino es el mismo que siguieron los pueblos bálticos que entrelazaron sus manos el 23 de agosto de 1989. Es el de esforzarte por lograr un futuro mejor al que tienes ahora mismo. También sabiendo que, a lo largo de este recorrido que irremediablemente llegará a la línea de meta, habrá altibajos, nunca será una línea recta ascendente.
Bien, si has optado por esta segunda vía, es el momento de ponerte manos a la obra. Entrenando tus emociones para cuando tengas dinero en juego, comprendiendo un sistema de trading basado en probabilidades estadísticas – con sus puntos de entrada y salida parametrizados -, y dedicando el tiempo que haga falta a trabajar la estrategia hasta que te sientas cómodo con ella. Es lo que encontrarás en el Curso de Trading, pensado para que vivas un cambio real en tu relación con la bolsa:
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