Ningún cielo extranjero me protegía,

ni amparo procuré bajo alas extrañas,

Junto a mi pueblo permanecí en los años más duros,

superviviente de ese tiempo, de ese lugar.

La autora de estos versos fue Anna Akhmátova, poeta rusa que nació en 1889 y falleció con 66 años, en 1976. Su obra fue prohibida en Rusia durante su vida, y solamente fue permitida cuando ya llevaba 25 años fallecida. Su poemario más importante, Réquiem, fue publicado sin su consentimiento y conocimiento en el año 1963, en Múnich.

Para mí, Anna Akhmátova fue una heroína, tan diferente de las mujeres petardas hechas en mantequilla de la actualidad. Las mimsas que se pasan el día mostrando carne en Redes Sociales tratando de conseguir una atención masculina que nunca consiguen retener, debido a su hedonista y distorsionada visión de la realidad. Y en realidad lo único que consiguen es, poco a poco, destruirse a sí mismas.

Anna Akhmátova fue perseguida, castigada y deportada por la sangrienta dictadura de Lenin y Stalin. Sí, el «paraíso» comunista que regía en la Unión Soviética, asesinó a millones de compatriotas que se atrevían a criticar la planificación estatal que les abocaba a la miseria. El delito que cometió Anna Akhmátova fue escribir poesía.

Su primer esposo, el también poeta Nikolái Gumilov, cofundó la Unión de Escritores de toda Rusia. No ocultaba sus opiniones anticomunistas, así que el 3 de agosto de 1921 fue arrestado por la Cheka, acusado de participar en una inexistente conspiración monárquica conocida como la «organización militar de Petrogrado».​ El 26 de agosto fue fusilado por los bolcheviques en un bosque de las afueras de San Petersburgo, junto con otros 61 implicados.

A su segundo marido, Nikolay Punin, también le arrestaron, acusado de realizar actividades «Anti-Soviéticas». Fue enviado a un campo de trabajo del Gulag (Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional) en la remota Siberia, donde eran habituales las temperaturas por debajo de los -20 y -30 grados. Allí murió de agotamiento.

Su último compañero de vida, Isaac Berlin, fue acusado de espía. Por fortuna pudo escapar a la detención gracias a su pasaporte británico. Terminó sus días como profesor emérito en Cambridge.

 

El hijo que Anna Akhmátova tuvo con su primer marido, Lev Gumilov, siguió los pasos de sus progenitores, y llegó a ser un célebre poeta e historiador ruso. A pesar de sus aportaciones a la cultura, cuando trabajaba para la Universidad de Leningrado fue condenado a pasar 5 años en un campo de trabajo forzoso del Gulag. Su madre quemó sus poemas por miedo a que le fusilaran.

Anna Akhmátova hizo cola durante 17 meses antes las cárceles de Leningrado, a veces durante dos días seguidos, para llevarle a su hijo paquetes de ropa y comida.  Para llegar a la puertecilla de los paquetes, debía acompañar la entrega con 15 rublos para contribuir al mantenimiento de los presos. Si no se aceptaba el paquete significaba que el detenido había sido fusilado.

Lev Gumilov pidió enrolarse al ejército rojo al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Como describe su madre, la guerra era una vacación en comparación con la vida en el campo de prisioneros. Sobrevivió a lo que fue una auténtica carnicería de humanos, participando en la toma de Berlín, en mayo de1945, con la que se dio por concluida la barbarie que perpetraron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, donde más de 20 millones de soviéticos perecieron.

En 1949, después de licenciarse en Historia, Lev Gumilov fue nuevamente arrestado y sentenciado a 10 años en varios campos de trabajo de Kazajistán y la remota Siberia, donde cumplió su condena. Finalmente fue liberado en 1949, tres años después de morir Stalin. Su obra basada en el estudio del Eurasianismo sigue vigente a día de hoy en los círculos intelectuales rusos, e incluso ha inspirado al presidente actual, Vladimir Putin.

Anna Akhmátova, autora de los desgarradores versos del cabecero, se negó a prostituirse en medio de aquel régimen gris y homicida que amenazaba con quitarle la vida, tanto a ella como a sus seres queridos; y se sostuvo con valor. Rechazó emigrar a Paris cuando varios de sus amigos intelectuales rusos se lo ofrecieron.

Los falsos escritores, capaces de cualquier infamia por recibir las migajas de la camarilla de truhanes que gozaban del poder total; hoy no son nadie. Y nadie lee sus obras.

Por el contrario, el valor y la integridad de escritores como Ana Akhmátova – y tantos otros autores talentosos que escogieron la dignidad a costa de privaciones, maltratos, celdas, o su propia vida -, fulguran mostrándonos que la dignidad siempre es posible en la peor de las circunstancias. Gracias, Ana Akhmátova, por señalarnos el camino

 

En la introdución de su obra Réquiem, Ana Akhmátova escribió:

En los terribles años de la Yezhovzbina, pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de Leningrado. 

Un día, alguien me reconoció.

Entonces, una mujer de labios morados que ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció despertar del letargo en el que permanecíamos sumidas, y me preguntó al oído (porque allí todos hablaban en voz muy baja):

—¿Y usted podría describir esto?

Yo repuse:

—Sí, puedo.

Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro.

Leningrado, 1 de abril de 1957

Por cierto, Nikolai Yezhov, de quien toma nombre la sangrienta época Yezhovbina, fue el dirigente del terrorífico NKVD durante la gran Purga soviética de 1937 y 1938. En aquellos años no hubo familia soviética que no tuviera un pariente o amigo procesado, más de dos millones de rusos fueron arrestados – colapsando las cárceles -, y más de 700.000 fueron ejecutados. Los jueces apenas tenían tiempo para leer las falsas imputaciones de los acusados, y las sentencias a muerte se pronunciaban con un simple plumazo, asesinándoles con dos tiros en la nuca a las afueras de la ciudad.

Moscú exigía cuotas de ejecuciones, y los subordinados regionales obedecían, sacrificando personas inocentes acusándoles de conspiración anticomunistas. Casi todos los detenidos confesaban los crímenes de los que se les acusaba, después de ser sometidos a palizas, torturas, y hambre. La presión para lograr los arrestos era tan grande que los interrogadores del NKVD llegaron a escoger nombres al azar de la guía telefónica, o a preseleccionar hombres casados con hijos que, como ya sabían los agentes, eran los más rápidos en confesar.

El sanguinario Nikolai Yezhov fue traicionado por su propio líder, Iósif Stalin. Le acusaron de actuar como espía para Alemania, Polonia o Reino Unido; de preparar un golpe de Estado, y de organizar asesinatos. Su mujer ya se había suicidado, varios familiares habían sido arrestados, y él fue fusilado solamente un año después de abandonar su cargo, tras confesar sus crímenes ante un tribunal militar, incapaz de soportar más torturas. Su juicio y ejecución no fueron informados ni en la prensa ni en la radio.

La edición de fotografías no es una herramienta moderna destinada a quitarte esas arrugas que tanto te enfadan verlas y salir divino en el Instagram, sino que el «Photoshop» lleva haciéndose casi 100 años. Tras la muerte de Nikolai Yezhov, Stalin dio la orden de que fuera eliminado de todos los registros soviéticos. Estas dos imágenes son prueba viva de ello: en la primera aparece Yezhov a la derecha de Stalin, y en la segunda «milagrosamente» sólo se ve al camarada supremo a orillas del Volga, sin nadie a su derecha.


 

He elegido esta introducción sobre Anna Akhmátova por varios motivos. El primero de ellos es por lo mucho que me fascina darme cuenta de cómo el destino tiene reservado para ti ciertos caminos por los que jamás hubieras imaginado transitar. Nunca pensé que estaría escribiendo sobre una poeta rusa nacida en 1889, a quien descubrí cuando tenía el libro «Victoria» – ganador del premio Planeta 2024 – entre mis manos.

En «Victoria», la autora cuenta las penurias de una familia alemana justo después de terminar la Segunda Guerra Mundial. Dos hermanas han quedado huérfanas, ya que el padre fue acusado de conspiración por decir en voz alta en una fábrica que «Hitler nos está llevando a la ruina», cuyo castigo fue acudir a morir al desembarco de Normandía. Fue destinado a ser uno de los soldados que recibirían las primeras balas del bando aliado.

Para sobrevivir entre la miseria, ambas hermanas deben prostituirse. Una de ellas, Victoria, a pesar de tener una inteligencia fuera de lo común, se ve obligada a cantar todas las noches en un club de alterne del Berlín occidental, pasando por la cama de militares del bando aliado. Mientras tanto, su hermana consigue ciertos «privilegios» a los que jamás tendría acceso – como tabaco, comida fresca o un alojamiento – gracias a que se lleva demasiado bien con un agente secreto ruso, quien vive en el lado soviético de Berlín.

Victoria se enamora de un teniente americano – es un romance correspondiendo, él también queda prendado -, y consigue visado para escapar a los Estados Unidos, donde la familia comenzará una nueva vida. Sin embargo, su hija y su hermana no pueden acompañarla porque el agente soviético las secuestra, y no les permite abandonar el país. Victoria debe marcharse sola, sin tener ninguna noticia de su familia, durante muchos años ni siquiera sabrá si permanecen con vida.

La autora aprovecha este pasaje en los Estados Unidos para relatar otros episodios que ahora parecerían inimaginables. Eres consciente de los juicios tremendamente abusivos que sufrían los negros, donde el testimonio de un hombre blanco era suficiente para terminar con la vida de un inocente, por más pruebas que incriminaran al verdadero culpable. Se llegaba a dar la circunstancia, en el caso de algunos asesinatos, que echaban la culpa a un negro que había sido testigo, sólo porque estaba en el lugar menos indicado observando el crimen.

Mientras tanto, al otro lado del atlántico, la tía y la hija tienen un encontronazo con el extorsionador que les impidió marcharse, y son enviadas a un campo de trabajos forzados a Siberia. Es allí, en medio de tanta ruindad, de que su bebé muera en sus brazos por no poder alimentarle en condiciones (sí, había quedado embarazada del malnacido soviético), de almas que se dejaban ir al más allá porque no podían soportar más sufrimientos, cuando aparece Anna Akhmátova. La presencia de la autora rusa parece un destello de luz en un lugar de tremenda oscuridad.

La hija de la protagonista había memorizado unos versos suyos de forma clandestina – se los había enseñado su profesora del instituto – , y se obligaba a escribirlos en un pequeño cuaderno a escondidas, para que no cayeran en el olvido. Después, destruía las hojas escritas por el miedo a sufrir mayores castigos. Los escritores prohibidos, como Anna Akhmátova, no podían siquiera ser nombrados.

Este pasaje, en el que una joven adolescente decide aferrarse a la vida gracias a las ideas de libertad y esperanza que le había transmitido una escritora que relataba la belleza del planeta, me conmovió, así que decidí investigar más sobre Anna Akhmátova. Y, como le he escrito en un correo directamente a la autora del libro, Paloma Sánchez-Garnica, le agradezco que plantara esa semilla en mí. Porque gracias a ella he seguido descubriendo parte de la triste historia de la Unión Soviética.

Sabiendo lo que ocurrió durante aquel período tenebroso, no es de extrañar que Anna Akhmátova escribiera en el prólogo de su obra Réquiem que «los únicos que encontraban paz en aquella Unión Soviética eran los muertos». Porque «los vivos se pasaban la existencia desfilando de un campo de concentración a otro».

El segundo motivo por el que he decidido relatar las penurias que hace no tanto tiempo sufrían millones de personas, es para que tomes perspectiva del suelo que estás pisando.

Párate un rato a pensar en el hecho de que, si hubieras nacido hace menos de 100 años en la Rusia actual, en cualquier momento la policía podía llamar a la puerta para llevarse a tu padre a morir. Después de haber construido pruebas falsas para incriminarle en a saber qué delirante infracción, y de haberle torturado arrancándote las uñas para que confesara unos delitos que jamás había cometido, le asesinarían pegándote un tiro en la cabeza en cualquier barrio de las afueras de tu ciudad. Pasaría a la otra vida sin ni siquiera haberle dicho por última vez a tu padre lo mucho que le querías.

Esta dura realidad que te acabo de relatar no la he sacado de una película de ciencia ficción, no. Fue lo que millones de habitantes sufrieron en sus carnes, muchos de ellos podrían haber sido tus abuelos o bisabuelos. Vamos, que esto sucedió hace 4 días en términos relativos, lo que viene siendo un estornudo dentro de la andadura del ser humano en la historia.

En cambio, la época que te ha tocado vivir es como la noche y el día comparándolo frente a esta oscura era de represión que acabo de relatarte, al más puro estilo universo Orwelliano. Tenemos la suerte de haber nacido en países con libertad de expresión, disponemos de unas facilidades tecnológicas que nos hacen la vida mucho más sencilla, y que hubieran sido impensables hace unas pocas generaciones; y vivimos más años que nunca antes desde que comenzamos la andadura en este planeta. Sin ninguna duda estamos presenciando nuestros mejores momentos como especie, todos los datos avalan esta afirmación.

En cambio, a pesar de estar viviendo en una era de abundancia, nunca ha habido tantas personas necesitando medicación antidepresiva y atención psicológica. E incluso muchos que no ven la claridad al final del túnel, deciden terminar con su vida lanzándose desde una azotea. Es súper triste, porque cuanto mejor nos van las cosas, más nos autosaboteamos.

Personalmente, no entiendo cómo la gente joven – y no tan joven – dedica tanta energía a quejarse por nimiedades, en lugar de utilizar varios minutos de su día a dar gracias por todo lo que tienen, por todo lo que han heredado. Yo, nada más salir de casa, me acerco a la Iglesia más cercana para agradecer a todos quienes han hecho posible que pueda estar escribiendo este artículo. Y cuanto más agradezco – no sólo por las cosas buenas que me han tocado, sino también por los sufrimientos que he padecido – , mejor me siento, y más fuerzas encuentro para seguir trabajando en mi propósito.

El artículo de hoy trata del Home Trading, es decir, operar – o trabajar, lo mismo es – desde tu casa. Abordaré el tema siguiendo la filosofía que he pretendido transmitirte con la introducción: siendo consciente desde el minuto uno de que es un auténtico privilegio poder ganar un sueldo desde el salón, mientras todavía sigues con el pijama puesto. Con la única herramienta de trabajo que es el ordenador, una conexión a Internet que hoy en día vale cuatro duros, y tu cerebro.

En el post no esperes quejas absurdas del tipo «estando en casa trabajo más horas que yendo a la oficina, porque siempre tengo la tentación de abrir el ordenador». Ni tampoco voy a pedir que el Estado desarrolle una regulación sobre los trabajadores remotos, tendría narices. Esto último ya ocurrió en Argentina, y lo único que lograron los bienintencionados políticos fue enturbiar la sana relación que existía entre un trabajador que desempeña un oficio desde cualquier lugar del mundo, y la empresa que le paga el sueldo.

Respecto a las pautas que te voy a dar para trabajar más a gusto desde tu casa, ni voy a descubrir la pólvora ni voy a inventar la rueda. Simplemente voy a darte unos consejos que te diría tu abuela, porque han funcionado toda la vida, y porque seguirán funcionando por los siglos de los siglos. Cosas de sentido común, que siempre son las que mejor resultado dan:

Pauta #1 para el Home Trading. Hazte de una mesa estable.

Esto quizás te parezca una broma, porque es de cajón, pero es que recuerdo la primera vez que me instalé a trabajar en casa… y me di cuenta de que mi mesa era un desastre. Estaba hecha de un cristal demasiado fino, que para poner cuatro papeles encima perfecto. Como elemento decorativo, era una mesa muy chula.

El problema llegó cuando planté el set de 7 pantallas que manejaba por aquel entonces. El conjunto, tanto las mesa como las pantallas, comenzó a temblar como si estuviera sucediendo un terremoto debajo de mis pies. Aquello no eran condiciones para estar centrado, más que nada por el mareo que me causaban fijarme en unas pantallas que estaban bamboleándose.

A los pocos días fui a una tienda de muebles y compré un escritorio de madera macizo, el mismo que tenían en el expositor, porque no podía esperar 2 semanas a que lo trajeran desde a saber dónde. Era mucho más estable, sólo tuve que hacer un par de agujeros como pasa-cables y poco más. A día de hoy lo sigo teniendo en casa.

Home Trading sí, pero no de cualquier manera. Si llevas a cuestas bastante material, no te vale con bajar al Santander Work Café de la esquina. También te digo, que cuanto más ligero vayas de equipaje por la vida, con menos preocupaciones cargas.

Pauta #2 para el Home Trading/Working: encuentra un espacio donde no te molesten.

Y aquí voy a desvelar un pequeño truco del que muy poca gente saca partido: en España tenemos una maravillosa red de bibliotecas públicas. En todas las ciudades, y prácticamente en cualquier pueblo, hay una biblioteca abierta en horario de oficina. Con material nuevo, aseos limpios, e internet gratuito.

Además, en invierno tienes calefacción gratis dentro de una biblioteca, y en verano aire acondicionado. Cuenta la leyenda que J.K. Rowling entraba a la cafetería de Edimburgo The Elephant para escribir Harry Potter y así gastar menos dinero en calefacción. Y fíjate la obra de arte que dio a luz esta señora escocesa, que ha sido traducida a más de 80 idiomas, y ha vendido más de 500 millones de libros.

Yo, cuando viajo por España, me aprovecho de las bibliotecas para refugiarme con el ordenador, incluido los fines de semana. Me da paz estar en un lugar rodeado de libros, donde el silencio predomina. Allí puedo concentrarme en analizar los gráficos, en el artículo que esté escribiendo, o en la base de datos que esté manejando, sin que nadie me interrumpa.La segunda planta de la Biblioteca Central de Santander es un auténtico lujo que descubrí hace poco. Desde el techo acristalado y los ventanales de los laterales entra una luz natural que te llena de energía, las mesas son enormes, y la sala es súper amplia para estar a tus anchas. Lo único malo de meterte a trabajar a una biblioteca, es que no puedes atender el teléfono, como es lógico.

 

Pauta #3 para el Home Trading: las cervezas se quedan apartadas para el final de la sesión.

Enserio, nunca ha sido una buena idea mezclar trabajo y alcohol. Y lo de ponerte a jugar con el dinero estando achispadillo… sólo puede traerte disgustos.

Estamos hablando de riesgo extremo, como si le dieras una pistola cargada a un mono hambriento.

A cualquiera le puede llegar el día de locura, como expongo en el siguiente post. Por eso, cuantos menos factores haya que te puedan caer en la tentación, mejor.

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Pauta #4 para el Home Trading/Working: asegúrate de que la conexión a Internet sea fiable (sólo para Scalpers o Intradía).

Este tipo de operativa rápida no la recomiendo, por el estrés y la ansiedad que inevitablemente te va a causar.

De hecho, si tu sueldo depende de que el internet se caiga un par de minutos… mal vamos.

Estás construyendo un castillo de naipes que se derrumbará en cuanto sople un poco el viento.

Pauta #5 para el Home Trading/Working: márcate una rutina de oficina.

No sé cuál es el mecanismo psicológico que se activa, pero cuando te duchas y te vistes en condiciones, como si fueras a presentarte frente a tu jefe, tienes mejores resultados que siendo un dejado y empezando a teclear de cualquier manera, todavía sin quitarte las legañas. Y ya sé que muchos de estos trabajadores remotos presumen de sentarse delante de la pantalla en pijama y calzoncillos, pero para mí eso es una práctica prohibida. Casi como si estuviera mentando al diablo.

Por respeto a mi, a quien me contrata, y a quien ha hecho posible que esté trabajando con tantas facilidades, qué menos que empezar el día aseado. Además, es que echarte agua por encima del cuerpo es una forma de purificarte. No es metafórico, no, es literal.

Me acuerdo del experimento del coche con los cristales rotos, en el que abandonaban un vehículo en Palo Alto – uno de los mejores barrios de Silicon Valley -, y, como es lógico pasaban las semanas y el coche permanecía intacto. En cambio, después de romperle una ventana, el mismo coche era desvalijado a las pocas horas, porque daba la sensación de abandono, dejadez, pobreza.

Y es que, cuando llevas un aspecto cuidado, quienes orbitan a tu alrededor tendrán mucho más en cuenta tu presencia que yendo por la vida como si fueras a hacer cola en un comedor social. La razón es simple: si te respetas a ti mismo, los demás te respetarán, si te tomas la apariencia a broma, ese mismo efecto causarás a quienes traten contigo. Y si no crees esto que te estoy diciendo, piensa en por qué el coche que estaba aparcado en un barrio rico apareció desguazado por el simple detalle de tener un cristal de la ventana roto.

La Granja de Traders™. Entras siendo un polluelo y sales convertido en un gallo majestuoso de los mercados financieros🐣 ​📈 🐓

 

 

Pauta #6 para el Home Trading/Working: salir dos veces al día a la calle (como mínimo).

Trabajar desde casa no significa, y no debería implicar jamás, permanecer todo el día metido en casa. Más que nada porque eso sí que es caer en una trampa quasi-mortal de la que es muy difícil escapar.

A mí lo que mejor me funciona es dar un paseo breve por la mañana, nada más levantarme. Me suelo acercar a la Iglesia y allí agradezco por las cosas buenas que me ha dado esta vida – y también por los sufrimientos que me han acontecido -, pienso en seres queridos que ya no están en este mundo y hablo con ellos, y pido perdón por las faltas que he cometido, sobre todo por las más graves. Para rematar, suelo desayunar un pincho de tortilla acompañado de un café con leche, y así encaro el día con una disposición mucho más positiva que si me sentara directamente al ordenador, cinco minutos después de haber levantado el edredón.

Los días que estoy en Santander bajo a pasear por la mañana a la bahía, y suelo encontrar estampas como ésta, con el sol todavía levantándose. Cuanta más experiencia gano en la vida, más me doy cuenta que los mayores lujos están al alcance de nuestra mano. Y además, son gratis.

 

Por la tarde me obligo a dar un segundo paseo más largo, con el que intento superar el objetivo de los 10.000 pasos diarios (no siempre lo consigo). Aprovecho para reflexionar sobre el día que ya está a punto de concluir, y me voy ordenando mentalmente para lo que llegará mañana. Es una rutina de lo más sencillo, sin ninguna cosa extraña de por medio.

paseo-ajalvirEl paseo de la tarde que doy en Ajalvir, el pequeño pueblo de Madrid donde vivo, me recarga las pilas. Me encanta caminar entre los trigales oteando al fondo el campanario de la Iglesia, desde donde escucho el repiquetear de las campanas llamando a la misa de las 19. Muchas veces ya es de noche y llevo un frontal iluminando el camino, o el sol está a punto de esconderse con ese tono anaranjado tan característico de Madrid (si tuviera que elegir algo de Madrid para llevármelo a Cantabria, sin duda sería la luz del atardecer con esa tonalidad tan especial, creo que se genera debido al factor altitud)

Pauta #7 para el Home Trading/Working: busca actividades fuera del horario de mercado

Relacionado con el punto anterior, me refiero a buscarte otras cosas que hacer con las que te obligarás a alejarte del trabajo. Y es que ya dice mi abuela que descansar no tiene por qué ser estar tirado al sofá a verlas venir. Cambiar de actividad también significa descansar mentalmente, para regresar con más ganas al trabajo.

Por suerte, las opciones al alcance de tu mano son infinitas. A mi muchos años me dio por ir a varias escuelas de baile latino, estos últimos tiempos he estado aprendiendo idiomas, primero el Euskera y ahora el Chino. Y respecto al deporte, espero que la bicicleta siga siendo mi fiel compañera hasta el final de mis días.

Tampoco hay que volverse loco y querer hacer doce actividades nuevas y terminar siendo un maestro en cada una de ellas, no. Pero el tiempo que te ahorras en desplazamiento, inviértelo sabiamente. Que no sea en vano.

«Llevo un tiempo pensando en coger la mochila y largarme al sudeste asiático una temporada. Allí hay cantidad de trabajadores en remoto, y la vida es mucho más barata que en España. ¿Qué me recomiendas?»

Voy a responder esta pregunta contando la historia de una influencer que presumía de llevar una vida deslocalizada trabajando en remoto. Entrabas en su perfil de Twitter y, madre mía, ¡qué maravilla! Un día estaba viendo el amanecer en una isla de Indonesia, otro día estaba redactando un informe en el tren Trans-Mongoliano, y otro día, en la pausa para el café, se ponía a bucear entre corales rosas y langostas que podía tocar con sus propias manos.

Esta chica presumía de no tener casa fija, de vivir con solamente lo que le cabía dentro de una mochila. No sabía dónde estaría durmiendo mañana, y parecía que tampoco le importaba: quizás pernoctaría en un hostal de Serbia, quizás se retiraría unos días a un templo en la India, o quizás le apetecía pasar unas semanas en Tokyo, siendo una más de los 14 millones de pobladores que residen en la capital nipona. Era muy insistente animando a otras personas – sobre todo mujeres, «no tenemos límites, abajo el patriarcado» – a replicar su estilo de vida, porque «esto es lo más, y si yo lo hago, tú también puedes».

Todo parecía muy bonito, pero en el fondo aquello apestaba a tufo que tiraba para atrás, lo que confirmé al escucharla en una entrevista que le hicieron en un podcast. Decía que ya se había alquilado un apartamento porque tenía la necesidad de contar una base a la que regresar en cualquier momento. Y que seguía viajando mucho y que el mundo tiene un montón de cosas chupi guays que nos perdemos por ser tan aburridos de quedarnos en nuestra casa, sí, pero que cuando su abuela falleció, no llegó a tiempo para despedirse de ella.

Bueno, esto sólo es un caso que me chirriaba demasiado sobre la demencial moda hedonista que nos meten por los ojos, en lugar de animarnos a tener hijos, a construir un futuro en familia, a pasar épocas de miseria cuando haya que pasarlas… Y a recoger los frutos cuando llegue el momento de tomar el premio al esfuerzo realizado. Y no antes.

También recuerdo al autor de un blog que daba consejos para ligar al que estaba bastante enganchado, y que pregonaba a bombo y platillo los viajes a Tailandia o Indonesia por ser países donde el hombre blanco europeo tenía infinitamente más sencillo relacionarse con mujeres. De la noche a la mañana estuvo un tiempo sin escribir ningún post, así que le mandé un mensaje privado preguntándole por un proyecto que habíamos pensado en hacer juntos. Íbamos a promocionar a ciertas chicas con ganas de ganarse una reputación en Onlyfans a cambio de llevarnos una comisión de sus ingresos, cuando aquello de exhibirse en la paginita azul estaba comenzando y parecía que le quedaba mucho recorrido.

Me contestó su socio, diciendo que Carlos había estado a punto de morirse. Se había intoxicado comiendo a saber qué en a saber qué puesto de comida callejera – sí, esos mismos donde es un chollo comerte un Poke Bowl Teriyaki por 1,5€ – y había estado en un hospital de Bangkok sufriendo unas diarreas con sangre que le habían dejado más en el otro mundo que en éste. Y no se tú, pero si para ligar con una chinita hay que pasar esas miserias tan lejos de casa, yo me bajo del carro.

«Oye, se me han quitado las ganas de irme a vivir a otro país. Con la de cosas que me pueden ocurrir, prefiero quedarme como estoy. Que igual no me estoy perdiendo tantas cosas…»

He lanzado este derechazo de realidad contando lo que nadie cuenta para forzarte a frenar en seco antes de tomar decisiones absurdas. Sí, también podría haberte puesto las fotos de cuando estuve viviendo en Polonia, o mostrarte los vídeos de cuando he ido a trabajar a los Juegos de Arabia Saudita, o intentar dar envidia relatando los paseos que me doy a media mañana por la playa del Sardinero en las semanas que me escapo a Santander… Pero prefería comenzar con la parte no tan bonita.

¿Deslocalizarte trabajando en cualquier lugar del mundo es una buena idea? Pues dependerá de cómo lo plantees. Puede convertirse en la mejor experiencia de tu vida, pero también en un período que sea de lo más vacío y no te aporte nada.

Por ejemplo, si te vas a otro país porque estás escapando después de la ruptura con una pareja y quieres «encontrarte a ti mism@» mientras te abres Tinder subiéndote al tóxico carrusel de relaciones esporádicas, en lugar de sanar las heridas que tarde o temprano tendrás que sanar, es evidente que te va a salir mal. O si, por algún motivo que se escapa de mi raciocinio, quieres marcharte para tirar cientos de fotos y subirlas a Instagram, e inflarte el ego con los likes de tus supuestos amigos, estás haciéndote trampas al solitario. O si pretendes hipotecar tu futuro gastándote un dinero que no tienes para vivir una vida que no te corresponde, y al regresar quedarte más tieso que al principio y verte obligado a volver a casa de tus padres, pues qué quieres que te diga, la descripción de los hechos habla por sí misma.

En cambio, si te encantaría pasar un invierno detrás de otro a -20 grados en Finlandia, o te sientes identificado con el estricto orden que rige en China, o hay una llama en tu interior que te está empujando a aprender el idioma búlgaro y no sabes ni por qué… Sí que me parece una buena idea cambiarte de residencia y aprovechar que una empresa está pagándote un sueldo – o vives del trading – para establecerte donde tu corazón te dicte. Y, como siempre sucede con las cosas buenas, ir empapándote del nuevo lugar poco a poco, sin ninguna prisa por avanzar.

Eso sí que va a ser una experiencia que merezca la pena vivir, pero porque vas a ir hasta el fondo de la cuestión, no te vas a quedar en lo superficial. Lo de visitar 28 países a todo correr como si estuvieras disputando un campeonato de velocidad, pues no te va a llenar. Entablar relaciones duraderas y echar raíces en otro lugar al que te sientes íntimamente conectado, sí que te servirá.

Ah, y por cierto, lo de ir al sudeste asiático a vivir con tu salario europeo para restregarle a los locales por la cara que ganas 10 veces más que ellos… como que no. El Karma, amigo, siempre viene a cobrarte con intereses las fechorías. Todo lo que siembras, tanto para bien como para mal, lo vas a terminar recogiendo.

La millonada que ahorras teletrabajando en el recurso más valioso: el TIEMPO que se va para no regresar jamás

El otro día leí un estudio que me llamó muchísimo la atención. Decía que Amazon nos había hecho ganar al conjunto de la sociedad no se cuantos billones de euros, era una cifra espasmódica. Dicha exposición se basaba en el tiempo que la compañía de Jeff Bezos nos ahorra a la hora de ir a hacer recados.

Haciendo un sencillo cálculo de coste de oportunidad, si te has ahorrado 30 horas a lo largo del año en las idas y venidas de acercarte al Corte Inglés de turno, y el coste estimado de tu hora de trabajo equivale a 30€… has ganado 900€ para ti, para dedicarlos a lo que quieras. Si multiplicas tus 900€ por los 50 millones de habitantes que tiene España… ¡voilá! Salen 45 billones de euros (sí, 45 milles de millones, un 45 con 9 ceros detrás: 45.000.000.000€)

Bien, pues si el sencillo gesto de comprar un peine por Amazon a golpe de click y recibirlo en tu casa supone un ahorro tan descomunal a final de año, echa cuentas sobre el tiempo que ahorra el teletrabajo. Si ganas una hora y media cada día (siendo conservadores), a la semana supondrán casi 8 horas, al mes más de 30 horas… ¡¡y al año más de 300 horas!!! Estamos hablando de ganarle a un año 20 días para dedicarlos como a ti te más te convenga, es decir, tendrías un mes de vacaciones extra por tu cara bonita.


Los pequeños cambios sostenidos en el tiempo siempre producen grandes resultados a largo plazo. Puede que te parezca irrelevante ganarle una hora y media al día, pero a lo largo del año, ¡estas 8 horas terminan siendo 20 días extra para ti! Si hablamos en términos monetarios, un sueldo medianamente decente de 40.000€ se estaría llevando a la buchaca otros 10.000€ extra, ¡un 25% adicional!

Un último aviso sobre el Home Working: no es la mejor opción si pretendes llegar a la cima de una compañía

Voy a ir terminando contándote lo que le pasó a mi amigo del Erasmus Pedro, cuando decidió abandonar una carrera meteórica en Facebook para regresar a su Córdoba natal. Pedro llevaba varios años viviendo en Nueva York – escribí aquí sobre el verano que pasé viviendo en su sofá -. y podía haber escalado dentro de la compañía hasta donde se lo hubiera propuesto. Estoy convencido de ello.

Sin embarco, llegó el COVID, y los empleados pudieron continuar la actividad desde casa. Él vio clara la oportunidad de regresar a España, y no dudó ni un segundo en hacer las maletas y volverse con su mujer y su hija recién nacida. Y de paso, quedarse con sus padres viéndoles envejecer.

Un día que estaba en la Vuelta a Andalucía de ciclismo por otros menesteres, quedamos para cenar después de la etapa de Alhaurín de la Torre. Allí me reconoció que no podía aspirar a más dentro de Facebook, porque para ascender, debía retornar a la oficina, algo que no iba a suceder. Y también tenía bastante claro que, en caso de afrontar despidos por malos resultados, él iba a ser uno de los primeros al que obligarían a saltar del barco.

Lo que le pasó a Pedro me parece de lo más normal del mundo, porque si un trabajador se esfuerza yendo día tras día a una oficina y otro está en su casa, el día de mañana uno tendrá una recompensa que el segundo no alcanzará. Además, es que el corazón de una empresa que funciona son las personas. Y para que todos remen en la misma dirección, deben conocerse, tener trato, saber qué les motiva a cada uno…

Yo creo que el día de mañana las empresas que tengan a sus trabajadores en modo presencial serán más competitivas que quienes los tengan en remoto. Sobre esta teoría aún no hay estudios empíricos que la validen, porque ha pasado muy poco tiempo como para tener evidencia empírica, pero ya en más de una ocasión he escuchado sobre empresas donde la mayoría de empleados estaban en remoto, que les han cancelado algún contrato importante. Y claro, ante la disminución de ingresos, se ven obligados a ajustar plantilla echando a empleados.

Las videoconferencias están muy bien, pero les falta ese punto de cercanía que siempre tienen las cosas bellas. Si hay cientos o miles de kilómetros de distancia entre los participantes de la llamada, se ha levantado una barrera invisible que es muy difícil derribar. Y las compañías vencedoras del futuro serán las que consigan motivar más a sus trabajadores para que empujen todos a una desde el mismo sitio, como si se tratara de derribar la puerta cerrada de un castillo medieval a base de embestidas con un tronco, teniendo el objetivo de asaltar dicha fortaleza.

Conclusiones finales sobre el Home Trading

La revolución tecnológica ha facilitado un montón de aspectos de nuestras vidas, y quienes trabajamos en los mercados financieros no somos una excepción, parece que hubiéramos saltado de un universo a otro. Hace no tanto tiempo, en los 70 y 80, para comprar unas acciones del Santander debías telefonear a tu bróker de confianza, quien estaba en el pit pegándose con otros tiburones tratando de casar la operación que le habías lanzado al mejor precio posible. Aquello era la ley de la selva, sólo el más fuerte se llevaba la victoria.

En el resto de ámbitos laborales también hemos pegado un salto de calidad como nunca antes se había conocido en la era de la humanidad. Por suerte, muchos trabajos que son imprescindibles para la sociedad se pueden hacer en remoto, como los relacionados con el Márketing Online, el manejo de Bases de Datos, o Programación.

Con un monitor auxiliar que cuesta 70 euretes, y que puedes llevar contigo en la misma funda del portátil, ya tienes un set para trabajar con dos pantallas, no hace falta más. Así que oye, si tanto te llama la atención esta gente que se larga con la mochila a un país exótico, no hay excusas para imitarles. Instrúyete en un oficio que pueda desempeñarse online, aprende inglés, gana experiencia, y una vez que tengas una reputación labrada podrás vivir prácticamente donde quieras.

Así trabajaban hace no tanto tiempo los agentes de bolsa: se enfundaban unas chaquetas de colores de lo más variopinto para diferenciar el banco al que pertenecían, iban al parqué, y allí, a grito pelado, casaban las órdenes de compra y venta entre los operadores.

 

Con el trading minorista también hemos vivido una explosión de eficiencia, y es que hoy en día cualquiera puede comprar futuros del Petróleo, vender Euro-Dólar o especular con el Dow Jones Americano. Abrir una cuenta es un proceso que está automatizado, y en poco más de unas horas te encuentras con que has realizado el primer depósito de 2.000 euros y estás dándole a la tecla. No tiene mucho más misterio.

El problema de que sea tan accesible operar en los mercados financieros, es el riesgo de entrar en modo «tragaperras». Me refiero a jugar con el dinero por el simple hecho de sentir emociones viendo cómo sube y baja su valor, esperando que este circuito dopaminérgico dure el máximo tiempo posible antes de perderlo todo. Porque sabes que, sin un método, inevitablemente terminará esfumándose lo que habías depositado.

La única manera de sacar algo positivo del mercado es siguiendo unas reglas para entrar y salir, y bajar al barro para mojarte los pantalones una y otra vez hasta que termines sacando del lodo las pepitas de oro. Si quieres dar un giro a tu relación actual con la bolsa puede que te interese saber más sobre La Granja de Traders™, el programa formativo pensado para que el día de mañana generes por ti mismo un histórico de operaciones teñidas de color verde. En el siguiente enlace tienes más información:

Y recuerda que lo de irte al extranjero está muy bien, pero mucho mejor es largarte con las espaldas cubiertas por si te sucede cualquier cosa. Que, en caso de problema, nadie te va a rescatar estando a miles de kilómetros de casa.

El consejo de Enrique Mazón

Un trader del montón.

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