nick leeson

El titular que he elegido es llamativo porque la historia que hay detrás merece la pena ser contada como lo que fue: una de las mayores locuras financieras jamás vistas. El caso de Nick Leeson es el típico en el que podemos decir que la realidad superó a la ficción. El director de cine James Dearden debió pensar lo mismo cuando se enteró de lo que había ocurrido, porque decidió llevar su aventura a la gran pantalla.

Imagínate que mañana dicen en las noticias que el Banco Santander echa la persiana porque a un especulador de su oficina en Chile se le han ido de las manos unos cuantos Stops. Te parecería imposible, ¿no? Pues le sucedió a esta histórica compañía, el Barings Bank.

Era un banco asentado desde hacía más de 250 años, con ilustres clientes como la reina de Inglaterra. Nadie podía presagiar una caída a plomo, pero sucedió. A continuación te cuento cómo un trader con demasiado poder y que no supo asumir a tiempo la derrota arrasó con todo a su paso.

 

Así fue el impresionante ascenso del Barings Bank. Pasaron de la nada a financiar las guerras más importantes del mundo

Barings Bank nació de la mano de dos hermanos, sir John Baring (1730 – 1816) y sir Francis Baring (1740 – 1810). Su abuelo materno había sido un exitoso comerciante de frutos secos, y su padre, el alemán Johann Baring (1697 – 1748), había hecho una pequeña fortuna con un negocio de venta de telas y producción de ropa. Debido a su pronta muerte se encargaron de la empresa familiar siendo John adolescente y Francis un niño.

En pocos años duplicaron su valor con la ayuda de su madre. Pero John y Francis querían más, no se conformaban quedándose en la pequeña villa de Exeter, situada al suroeste de Inglaterra, cerca de Plymouth. Se marcharon a Londres buscando ampliar la red de contactos comerciales.

Así crearon en 1762 John and Francis Baring Company, que derivaría en el Barings Bank. Empezaron en las afueras de Londres y en tan solo 5 años ya se habían mudado a unas oficinas en la City. El sector de las commodities les hizo despegar en plena expansión del comercio internacional, con Londres desbancando a Amsterdam como la plaza puntera del comercio en Europa.

 

En 1774, solamente 12 años después de su fundación, el banco Barings empezaría a operar en Estados Unidos, el lugar donde los emprendedores eran bienvenidos. En 1802 financió una de las mayores adquisiciones de tierra de la historia: la compra de Louisiana. El equivalente a unas 6 veces España.

Francia era la dueña de este basto territorio y tenían una necesidad urgente de financiación, ya que estaban en conflicto con España, Portugal, Inglaterra, Alemania, Prusia, Rusia, Italia y Serbia. Las guerras en las que había entrado su emperador Napoleón Bonaparte (1769 – 1821) no eran baratas. Necesitaba recursos para mantener este amplísimo despliegue militar.

Los galos recibieron 3 millones de dólares. La transacción se hizo en París, parte se pagó en oro y parte en bonos del estado americano. Técnicamente el banco Barings pasó a ser propietario de casi la mitad de los Estados Unidos, hasta que cobró la deuda.

Antiguos límites de Louisiana en el mapa de los Estados Unidos

Poco después, en 1812, el Barings Bank prestó fondos de nuevo a América para soportar la guerra contra Inglaterra por las colonias de Canadá. Los americanos, cansados de los reclutamientos forzosos de marineros mercantes y del apoyo británico a los pueblos indígenas de Norteamérica, decidieron invadir a sus vecinos del norte por tierra y mar. Fue una victoria recordada como un éxito.

Aunque su papel bélico más importante fue en la segunda Guerra Mundial. Dieron liquidez al gobierno británico en el momento que más lo necesitaba, cuando las fuerzas flaqueaban. Podríamos decir que el banco Barings influyó decisivamente para terminar el mayor genocidio de la historia.

Con esta introducción pretendo hacerte ver que no estamos hablando de ningún chiringuito financiero, sino que fue fue una de las compañías más grandes del mundo. Supongo que ahora te estarás preguntando: ¿cómo pudo un sólo trader tumbar a este mastodonte bancario? Te sigo contando:

 

Nick Leeson, el estudiante de Watford que suspendía matemáticas se convirtió en una estrella del rock financiero

Leeson era hijo de una enfermera y un escayolista. Nunca destacó en las aulas, de hecho suspendió matemáticas en el bachillerato y consiguió el título por los pelos. En lugar de ir a la universidad, con 18 años entró a trabajar en el banco privado Coutts de administrativo.

Dos años después, en 1987, dio el salto al departamento de futuros y opciones de Morgan Stanley. Con solamente 20 años entraba en contacto con el dinero en mayúsculas, liquidando las operaciones en varias carteras. Su carrera en el sector financiero despegaba.

Leeson quería continuar escalando pero sabía que un ascenso le supondría pasar muchos años dentro de Morgan Stanley y no estaba dispuesto a esperar. Por ello en 1989 se pasó al Barings Bank, con un sueldo inicial de 12.000 libras. Es aquí donde sería recordado para siempre.

 

El imparable ascenso de Leeson culminó con la oportunidad irrechazable de dirigir un equipo de trading en Asia

Nada más entrar le pusieron de apagafuegos. La oficina de Yakarta, la capital de Indonesia, estaba dando demasiados problemas. Barings mandó a Hong Kong un equipo de cuatro técnicos a solucionarlos.

La misión fue un éxito y los ingleses regresaron triunfantes a Londres. Entonces la directiva planteó a Leeson el gran reto que estaba buscando: liderar la oficina de opciones y futuros que abrirían en Singapur, siendo responsable de varios millones de libras. Sabía que estaba ante la oportunidad de su vida, por lo que en el año 1992 hizo las maletas para instalarse en Asia.

Al poco tiempo de llegar se dio cuenta de que las informaciones con Londres no fluían como deberían. Es entonces cuando empezó a hacer y deshacer a su antojo, ocultando información. De repente se encontró con mucho poder en su mano y sin nadie que le vigilara.

 

Su equipo debía asegurarse que las órdenes de los clientes se ejecutaran correctamente. Iban al pit y se «pegaban» a gritos con el resto de operadores tratando de cerrar el mejor precio posible. Seguro que este antiguo funcionamiento de la bolsa lo has visto en alguna película.

Pero Leeson hizo algo que nadie le había pedido, como todopoderoso de la división asiática que era comenzó a arriesgar dinero del banco por su cuenta. Lo peor fue que le salió bien, en su primer año ganó 10 millones de libras esterlinas, el 10% de los beneficios anuales de Barings. Por la hazaña se embolsó 130.000 libras de bonus.

Regresó a pasar Navidad en casa y en la fiesta de la empresa fue lo más parecido a una estrella de Rock and Roll. Todos sus compañeros querían estrecharle la mano y felicitarle por la enorme cantidad de dinero que había ganado. Hasta los directivos comenzaron a verle como una especie de Rey Midas, creían que lo que tocara Leeson se convertiría en oro.

 

Jefes a miles de kilómetros, bonus millonarios y ninguna política de riesgo. Un cóctel explosivo que tarde o temprano tendría que explotar

Leeson comenzaba un nuevo año en Singapur de cero, sin ninguna presión por obtener resultados y con los jefes contentos por su buena labor. Podía haberse relajado y tomar un perfil bajo, pero decidió redoblar su apuesta. Los excesos no habían hecho más que comenzar.

Se vio intocable y endiosado a 11.000 kms de la primera persona a la que tuviera que dar una explicación. Pensaba que no podía equivocarse, pero los fallos no tardaron en aparecer. Cuenta en sus memorias que la primera gran metedura de pata le costó al banco 20.000 libras, fue cuando uno de sus empleados se equivocó al poner una orden de 20 contratos de futuros, en vez de comprar le dio a vender.

Sólo el tenía esa información, nadie más había detectado la metedura de pata. No lo reportó a Londres asumiendo la pérdida, sino que se inventó una jugada contable para hacerla desaparecer. Así nadie le haría preguntas incómodas.

 

Creó la cuenta 88888. La cuenta del engaño.

 

Le puso cinco ochos seguidos porque el ocho es el número de la suerte chino. En principio era una cuenta destinada para sufragar errores menores de administración, como material roto de la oficina. En ningún caso estaba pensada para esconder pérdidas del trading.

A partir de este momento la cuenta 88888 fue el recurso del que tirar cuando el mercado no jugara a su favor. Siguió traspasando las pérdidas para no reconocerlas y la bola poco a poco iba creciendo. En pocos meses Nick Leeson se había vuelto un adicto al engaño.

Pretendía detener este bucle diabólico en la próxima buena buena racha, pero solo eran buenas intenciones, no hechos. Uno de sus traders, un indonesio que llegaba a trabajar después de largas noches de fiesta, perdió más de 40.000 libras en una mañana. El mismo Leeson olvidó cerrar una posición de 500 contratos que le costó a Barings 1,7 millones de dólares.

 

Lo más grave es que le habían nombrado director general y jefe de trading, era el encargado de llevar la contabilidad y reportar. En cualquier compañía seria estas dos tareas están separadas, las ocupan dos personas diferentes. Pero la extrema confianza en Leeson propició estas situaciones extraordinarias, convirtiéndole en juez y parte.

Él era su propio supervisor, algo absurdo se mire por donde se mire.

Permitirle hacer ambas cosas hizo que fuera posible el trágico desenlace que estaba a punto de suceder.

 

La debacle del Nikkei con el terremoto de Kobe y huida por el mundo para terminar en la cárcel. Memorias de un trader arruinado

En su tercer año en Barings las pérdidas de la cuenta 88888 alcanzaban los 28 millones de libras. El tipo burló a compañeros, directivos y accionistas de Barings inventándose historias para conseguir transferencias bancarias desde Londres cuando se acababa el dinero. Incluso superó una auditoría interna en julio de 1994 sin que nadie detectara el fraude.

Su estrategia de trading era de lo más básico, hacía una martingala pura y dura. Después de un brusco movimiento tomaba posiciones a la contra. En las subidas vendía y en las bajadas compraba.

En un punto consiguió recuperarse y dejar un descubierto de «solamente» 6 millones de libras. Podía haber parado, pero la arrogancia, la avaricia y su ansia de status, hicieron que continuara mintiendo a todo su entorno. Tenía que mantener su reputación de genio y la única manera era generando beneficios, como ya había hecho en el pasado reciente.

 

El castillo de naipes que había construido sin base alguna que lo sustentara se podía derrumbar en cualquier momento. Era un método de trabajo muy frágil, donde las ganancias eran pequeñas y las pérdidas gigantescas. Sólo era cuestión de tiempo que la mecha se prendiera para incendiar el bosque en un cálido día de agosto.

Sucedió 17 de enero de 1995, cuando un terremoto de magnitud 7 en la escala Ritcher sacudió la ciudad de Kobe. Decenas de edificios se vinieron abajo y más de 6.400 japoneses fallecieron. Los mercados asiáticos se hundieron, el pánico era generalizado.<